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que, al desaparecer en los abismos del mar los
restos de las naves destruidas, bogan
aceleradamente hacia las dos columnas, y allí
permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la
nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina
una calma absoluta.
Al llegar a este punto del relato, don Bosco
preguntó a don Miguel Rúa:
-Qué piensas de esta narración?
Don Miguel Rúa contestó:
-Me parece que la nave del Papa es la Iglesia
de la que es cabeza: las otras naves representan a
los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a
la embarcación del Pontífice son los leales a la
Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda
suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos
columnas salvadoras me parece que son la devoción
a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la
Eucaristía.
Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído
y muerto y don Bosco nada dijo tampoco sobre este
particular. Solamente añadió:
-Has dicho bien. Solamente habría que corregir
una expresión. Las naves de los enemigos son las
persecuciones. Se preparan días difíciles para la
Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi
nada en comparación de lo que tiene que suceder.
Los enemigos de la Iglesia están representados por
las naves que intentan hundir la nave principal y
aniquilarla si pudiesen. íSólo quedan dos medios
para salvarse en medio de tanto desconcierto!
Devoción a María. Frecuencia de sacramentos:
comunión frecuente, empleando todos los recursos
para practicarlos nosotros y para hacerlos
practicar a los demás siempre y, en todo momento.
íBuenas noches!>>.
Las conjeturas que hicieron los jóvenes sobre
este sueño fueron muchísimas, especialmente, en lo
referente al Papa; pero Don Bosco no añadió
ninguna otra explicación.
((**It7.172**)) Entre
tanto los clérigos Boggero, Ruffino, Merlone y el
señor César Chiala escribieron este sueño y
conservamos sus manuscritos. Dos de ellos fueron
escritos al día siguiente de la narración de don
Bosco y los otros dos, más tarde; pero están
perfectamente de acuerdo y solamente varían en
algún detalle que uno omite y otro señala.
Aún así, hay que observar cómo en este caso y
en otros semejantes, si bien lo expuesto por don
Bosco fuese redactado enseguida con la mayor
fidelidad posible, no obstante, podía escaparse
alguna imperfección.
Un discurso de media hora de duración, y a
veces de una hora, naturalmente debía quedar
resumido en pocas páginas, y anotando las ideas
principales y precisas. Alguna frase no había sido
bien percibida por el oído, otra no se recordaba;
la cabeza se cansaba, el orden de los hechos se
confundía y, por consiguiente, más bien que hacer
al azar una amplificación, se omitía aquello de lo
que no se estaba cierto.
De ahí procedían algunas oscuridades en los
temas, poco claros
(**Es7.155**))
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