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de cartas selladas y con el giro postal por el
valor de los ejemplares pedidos únicamente a la
Dirección Central de las Lecturas Católicas, Calle
de Santo Domingo, número 11, Turín>>.
A esta oficina debían enviar, el Obispo y don
Bosco, todo lo concerniente a la regularidad de
las cuentas. El Obispo jamás se había informado de
las mismas y estaba al margen de todo ello, dado
que tenía puesta confianza ilimitada en su
representante. Don Bosco, a quien tocaba todo el
trabajo, puesto que preparaba los libritos, pedía
a veces amigablemente informes sobre la
contabilidad, pero solamente obtenía respuestas de
que había deudas a pagar y de que los gastos de
imprenta superaban a las entradas.
Don Bosco, en atención al Obispo, aceptaba o
parecía aceptar, tal rendición de cuentas, para no
romper la amistad de tantos años, y también porque
era enemigo de toda discordia, que pudiera
perjudicar a su obra predilecta. Pero, al mismo
tiempo, estudiaba la manera de hacerla duradera,
dejándola en herencia a la Congregación Salesiana
y consolidando así la propiedad. Como ya tenía
organizada su imprenta, había decidido que podría
encargarse de la publicación de las Lecturas
Católicas. Todo estaba a su favor; sin embargo él,
con mucha prudencia, había intentado, a través de
cartas y visitas, persuadir al Obispo de la
necesidad de esta resolución: en primer lugar por
el trabajo continuo que de este modo daría a sus
alumnos; y en segundo lugar por la economía que se
obtendría en los trabajos realizados.
El Obispo lo aprobó; pero he aquí que, a
primeros de mayo, le llegaba a don Bosco una
carta, en nombre de Monseñor escrita por el
canónigo, teólogo y abogado, Angel Pinoli,
Provicario general, en la cual se le reprochaba la
innovación introducida, por cuanto para ((**It7.153**))
verificarla se afirmaba que le faltaba el derecho
de propietario.Qué es lo que había cambiado el
parecerer del Obispo? Probablemente alguien
interesado en este asunto. Sospechóse que don
Bosco daba un primer paso para librarse de una
tutela que no quería, aunque toleraba. Temióse
que, al quitar a Paravía el trabajo de imprenta,
pidiera éste, al menos, el pago de sus créditos,
sin más dilaciones; vióse el peligro de tener que
presentar la contabilidad, con su activo y su
pasivo, que por distintas causas era difícil de
regular en aquellos días. Por estas razones se
buscó la ocasión de sostener ante el Obispo, que
don Bosco no había considerado sus derechos y que
le pertenecía a él la propiedad de las Lecturas
Católicas; que, sin su apoyo, don Bosco habría
conseguido muy poco, y que el cambio de imprenta
podría ser peligroso para las mismas Lecturas.
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