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tengo a cinco muchachos de mi parroquia, que
pronto vestirán la sotana en el Seminario.
Después de estas informaciones, Monseñor
Gastaldi se dedicó a la reforma del Seminario
Menor de Giaveno, y lo primero que hizo fue
nombrar Rector al ilustre sacerdote don José
Aniceto, natural de Susa, el cual se puso al
frente del mismo en el mes de septiembre de 1875.
Se había educado en la Pequeña Casa de la Divina
Providencia y por disposición del canónigo
Anglesio había hecho, juntamente con otros
compañeros, los cursos de bachillerato en el
Oratorio; y don Bosco le había dicho en el 1857,
al entregarle el primer premio en la solemne
clausura del curso escolástico:
-Acuérdate siempre de que el Señor tiene sobre
ti grandes designios.
A más de las buenas dotes de educador, poseía
éste una gran experiencia por haber sido
primeramente asistente y después profesor en aquel
seminario. Monseñor Gastaldi, de acuerdo con la
idea de don Bosco, le había concedido plena
autoridad dentro del Instituto; y por su mandato,
don José Aniceto puso en vigor todo lo que se
hacía en el Oratorio de Valdocco para la direción
espiritual, todas las prácticas de piedad allí en
uso y especialmente la comunión frecuente. Así
lograba en poco tiempo el florecimiento de aquel
instituto eclesiástico en favor de la Diócesis.
Durante los veinticuatro años en que fue Rector,
los alumnos ((**It7.145**))
sobrepasaron cada año la matrícula de 250. Tocóle
levantar nuevos edificios y poner los cimientos de
una esbelta capilla. Era muy severo para despedir
a los jóvenes de moral corrompida y cultivó
muchísimas vocaciones. Monseñor Pechenino, que
durante muchos años visitó aquel seminario como
director de estudios, solía repetir que allí le
parecía encontrarse en el Oratorio. Lo mismo
atestiguaron los profesores salesianos don
Celestino Durando y don Juan Bautista Francesia,
que frecuentemente eran invitados para examinar a
los alumnos.
Don Bosco gozaba del inmenso bien que se hacía
en Giaveno y que se seguiría haciendo por los
sucesores de don José Aniceto, merced al impulso
que él le había dado desde el principio. Podía
repetir, como en tantas otras ocasiones, las
palabras de San Pablo: Quid enim? Dum omni modo,
sive per occasionem, sive per veritatem Christus
annuntietur; et in hoc gaudeo, sed et gaudebo
(pero y qué? Al fin y al cabo, hipócrita o
sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me
alegra y seguirá alegrándome) 1.
1 Filipenses I, 18.
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