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-Esto es una tarjeta de visita de don Bosco.
Cuando le llegó la hora de la muerte, que la
arrebató a los setenta y cinco años, el presbítero
Valimberti, vicario del Carmen, que la asistió, y
que no sabía nada de lo que don Bosco había dicho
muchos años antes, me consoló diciéndome, que por
lo que a él le parecía, mi madre había pasado su
purgatorio en este mundo, y que podía esperar con
fundamento que hubiese ido al paraíso.
Don Bosco no era menos extraordinario en el
Oratorio. <((**It7.124**))
cabellos blancos y ralos, que desde la cabeza
calva caíanle sobre los hombros. Apareció envuelto
además en un lienzo fúnebre que apretaba al cuerpo
con la mano izquierda, mientras sostenía con la
derecha una antorcha de una llama de color azul
oscuro. Este personaje caminaba lentamente, con
gravedad. A veces se detenía y, con la cabeza y el
cuerpo inclinado, miraba a su alrededor como si
buscase algo que se le hubiese perdido.
En esta actitud recorrió el patio dando unas
vueltas y pasando por entre los muchachos que
continuaban su recreo.
Yo me encontraba estupefacto, pues no sabía
quién fuese, por lo que no le perdía de vista.
Al llegar al sitio por donde ahora se entra en
el taller de carpintería, se detuvo delante de un
joven, que estaba para lanzarse contra otro del
bando contrario en una partida al marro, y
extendiendo su largo brazo acercó la tea a la cara
del muchacho.
-Este es, dijo, e inclinó y levantó dos o tres
veces la cabeza.
Sin más, lo detuvo en aquel ángulo y le
presentó un papelito que sacó de entre los
pliegues del manto.
El joven tomó el billetito, lo desdobló y
comenzó a leer mientras cambiaba de color,
quedándose completamente pálido, y preguntaba
seguidamente:
-Cuándo? Pronto o tarde?
Y el viejo, con voz sepulcral, replicó:
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