((**Es7.113**)
clérigos, advirtió cómo este tremendo paso había
asustado aún a los mejores, hasta a los más
grandes santos.
>>-Pero yo, dijo, cuando voy a visitar a un
enfermo grave no me pongo a comunicarle que es
necesario prepararse, que puede ser que no muera y
recobre la salud: son palabras que no disminuyen
en nada la angustia de la muerte. Yo le hago
presente que estamos en las manos de Dios, que es
el mejor padre que puede existir, que vela
continuamente por nuestro bien y sabe qué es lo
mejor para nosotros y lo que no lo es. Por esto le
animo a abandonarse en sus manos como un hijo se
abandona en las de su padre y a estar tranquilo en
ellas. De este modo el enfermo queda aliviado de
aquella angustia de muerte, encuentra un supremo
placer pensando que su suerte está en manos de
Dios y está en paz y se prepara esperando lo que
en su bondad infinita quiera disponer para él>>.
Pero junto al lecho de los pacientes don Bosco
llevaba algo más que palabras de alivio y
consuelo. Nos escribió la señora Delfina Marengo:
Era el invierno de 1862. Mi madre, que contaba
entonces cuarenta años, cayó gravemente enferma
del tifus y de pulmonía; después de casi dos meses
de enfermedad llegó al fin de la vida. Recibió los
sacramentos, ((**It7.123**))
incluido el de la Santa Unción y fue visitada por
el siervo de Dios don Bosco, según deseo e
invitación del teólogo Félix Golzio, confesor de
la enferma.
Apenas se acercó don Bosco al lecho, preguntóle
afablemente cómo se encontraba, y ella, que estaba
en plena lucidez le reconoció y agradeció su
visita. Entonces el santo varón nos hizo rezar a
mí y a mi hermana tres Avemarías juntamente con
él, después de las cuales me dijo a mí, que era la
mayor:
-Animo, tu madre no morirá, porque vosotras
sois todavía demasiado jóvenes y la necesitáis
mucho.
Volviéndose después a la enferma, añadió:
-Pero yo le he dicho al Señor que le haga pasar
aquí su purgatorio; no se extrañe, por tanto, ante
las tribulaciones.
Mi madre, que era una santa mujer, respondió
con un hilillo de voz:
-Yo quiero hacer siempre la voluntad de Dios.
Y don Bosco respondió:
-Así vamos bien.
La bendijo y salió.
A partir de aquel momento mi madre empezó a
mejorar y al día siguiente pidió permiso al médico
para chupar un espárrago. El doctor, que se había
sorprendido al encontrarla todavía con vida,
tomándole el pulso, respondió:
-No un espárrago, sino una tajada de pollo.
La convalecencia fue larga y difícil, pero
curóse del todo; tanto que no volvió a caer
enferma en treinta años.
Sus tribulaciones fueron muchas, sobre todo
psicológicas, y cada vez que se le presentaba una
nueva, solía decir bromeando:
(**Es7.113**))
<Anterior: 7. 112><Siguiente: 7. 114>