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((**Es7.106**) La antigua portería, con el vestíbulo y el salón adjunto, todo cerrado al paso exterior y reducido a un solo local, debía habilitarse para taller, almacén de papel y de libros impresos. Era un trabajo costoso, pero don Bosco había dicho al principiar el año: -Cuando emprendo una obra que ha de ser para gloria de Dios, nunca me regulo por el dinero que tengo, sino por la necesidad en que me encuentro; porque estoy seguro de que la divina Providencia nos socorre en tal situación. Hasta el presente nunca nos faltó. Don Francisco Dalmazzo le oyó repetir muchas veces, desde 1861, que la casita de Valdocco se transformaría en un edificio colosal con amplios soportales: que desde aquí se extendería su Pía Sociedad por las diversas partes del mundo, que muchos de sus jovénes, ordenados sacerdotes, irían como misioneros a la lejana América. El maestro de obras Carlos Buzzetti, a quien don Bosco había hecho que consiguiera la patente de constructor, ponía manos a la obra. Habría sido muy ventajoso llevar desde el principio un plan general de las futuras edificaciones, y, de acuerdo con él, agrandar poco a poco ((**It7.115**)) la Casa. Don Bosco tenía en la mente este proyecto, pero las prisas le obligaron a irse adaptando a las exigencias impuestas por la economía, las estrecheces del lugar y las necesidades urgentes de cada momento. Por eso se conservaron los cimientos y una parte de los muros del cobertizo ya citado y sobre ellos se levantó la edificación. Como actualmente se observa, la ampliación del Oratorio hacia el mediodía forma casi una diagonal en medio de los patios. Don Bosco aseguró posteriormente en repetidas ocasiones que aquel edificio sería derribado, al correr del tiempo, por desfigurar la simetría interna del Oratorio: pero que mientras él viviera, no permitiría tal derroche. -El Señor nos ha prometido, decía, y proporciona todos los medios necesarios para una obra gigantesca, pero no los prometió para empresas de adorno superfluo. Y los medios no faltaron. Narraba el mismo don Bosco a sus jóvenes en las vacaciones otoñales de 1862 un hecho sucedido durante el mes de junio, verdaderamente ruidoso o al menos providencial, según se explique. El maestro de obras se le había presentado pidiéndole unos miles de liras para pagar a los obreros. Don Bosco sabía perfectamente que no tenía dinero, pero no se atrevió a darle una respuesta negativa, sabedor de los apuros de Buzzetti. Subía poco después a su habitación pensando poder hallar la cantidad reclamada, (**Es7.106**))
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