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y, después, a su tiempo y con prudencia, preparaba
al interesado. Los hechos confirmaban siempre la
profecía, y por eso nosotros le prestábamos fe>>.
Y vamos ya a la memorable profecía.
La noche del 31 de diciembre, un muchacho que
estaba cerca de don Bosco había oído la pregunta
de Magone. Se llamaba Constancio Bernardi, natural
de Chiusa de Cúneo y tenía dieciséis años. Con las
palabras de don Bosco se formó en su corazón la
firme persuasión de que era él el designado, y
comenzó a decir: -íMe toca a mí!
Por lo cual, después de prepararse con una
buena confesión, escribió sin más una carta a sus
padres pidiendo perdón por las faltas que había
cometido cuando estaba en casa y despidiéndose de
ellos porque, afirmaba, tenía que partir para la
otra vida. Pidió y obtuvo permiso para ir al
Cottolengo, donde había vivido dos años, para
saludar por última vez al canónigo Anglesio y a
sus antiguos amigos. Hablaba francamente del gran
((**It6.119**)) viaje,
afirmando que había llegado el fin de sus días.
Todos los que conocía en el Oratorio y fuera de
él, lo tomaron por maniático. Algunos muchachos
fueron a contar a don Bosco la idea fija de
Berardi, pero don Bosco, sin dar muestras de
sorpresa, contestó con un: <>, que no
significaba ni sí ni no.
De ello corrió por la casa la sospecha de que
realmente era Berardi el que había de morir. El
seguía repitiendo muy tranquilo: -íMe toca a mí
morir!
<>.
Los otros muchachos, que también observaban con
atención cada palabra y cada gesto de don Bosco
notaron que no había hecho caso a Magone, que le
alargaba la mano, y hubo varias opiniones
referentes al cumplimiento de la predicción.
Llegó el domingo dieciséis de enero y los
socios de la compañía(**Es6.98**))
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