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La pobre señora volvió a casa más afligida que
antes. Pasaron algunos meses desde aquella visita,
cuando he aquí que un pariente de la señora se
presentó a don Bosco rogándole fuera a su palacio
para bendecir a aquel hijo que se había puesto
enfermo. Don Bosco ((**It6.112**)) se
negó. Pero a la mañana siguiente volvieron a
suplicárselo otros familiares y amigos, la madre
en persona, diciéndole entre sollozos que el
enfermito se agravaba por momentos. Los médicos,
reunidos en consulta, declararon que ignoraban
completamente la naturaleza de la enfermedad. Don
Bosco, aunque contra su voluntad, condescendió
finalmente. Entró en la habitación del moribundo.
El pobre niño tomó la mano de don Bosco y se la
besó; luego estuvo mirando con los ojos apagados y
tristes a don Bosco y a su madre sin decir
palabra: era una escena que partía el corazón.
Después de un largo rato de silencio, el hijo hizo
un esfuerzo y extendiendo la mano descarnada hacia
su madre, exclamó: -Mamá, te acuerdas... allá con
don Bosco:... Eres tú... y el Señor me lleva
consigo.
Al oír la queja del hijo, lanzó la madre un
grito y rompió a llorar sin consuelo, diciendo:
-No, hijo mío, fue el amor que te tengo lo que
me hizo hablar de aquella manera... Hijo mío, vive
para el amor de tu madre... Pide, pide a don Bosco
que te cure.
Don Bosco, conmovido, no podía articular
palabra. Sugirió, por fin, unos pensamientos de
consuelo a la madre, bendijo al enfermo y salió.
El decreto de Dios fue irrevocable.
La preciosa herencia del Señor, perdida para el
hijo de la noble dama, le tocó a un pobrecito del
Oratorio. El clérigo José Rocchietti era ordenado
sacerdote, con indecible alegría de don Bosco, en
las témporas de Adviento de aquel año. Era el
segundo sacerdote elegido por Dios entre los
alumnos de Valdocco.
Rocchietti, como todos sus compañeros, había
experimentado en sí mismo la gran caridad de don
Bosco.
Cierto día, teniendo absoluta necesidad de una
sotana, ((**It6.113**)) fue a
don Bosco para pedírsela. Ya no tenía padres y
carecía de toda suerte de recursos. Aquella misma
mañana le habían llevado a don Bosco una sotana
nueva que le hacía mucha falta. Pues bien, después
de oír la petición del clérigo Rocchietti, le dijo
con su acostumbrada sonrisa:
-Aquí tienes una que me han mandado ex profeso
para ti. Mira a ver si te está a la medida.
Y se la dio. El clérigo Anfossi se encontró con
Rocchietti cuando(**Es6.93**))
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