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((**Es6.93**) La pobre señora volvió a casa más afligida que antes. Pasaron algunos meses desde aquella visita, cuando he aquí que un pariente de la señora se presentó a don Bosco rogándole fuera a su palacio para bendecir a aquel hijo que se había puesto enfermo. Don Bosco ((**It6.112**)) se negó. Pero a la mañana siguiente volvieron a suplicárselo otros familiares y amigos, la madre en persona, diciéndole entre sollozos que el enfermito se agravaba por momentos. Los médicos, reunidos en consulta, declararon que ignoraban completamente la naturaleza de la enfermedad. Don Bosco, aunque contra su voluntad, condescendió finalmente. Entró en la habitación del moribundo. El pobre niño tomó la mano de don Bosco y se la besó; luego estuvo mirando con los ojos apagados y tristes a don Bosco y a su madre sin decir palabra: era una escena que partía el corazón. Después de un largo rato de silencio, el hijo hizo un esfuerzo y extendiendo la mano descarnada hacia su madre, exclamó: -Mamá, te acuerdas... allá con don Bosco:... Eres tú... y el Señor me lleva consigo. Al oír la queja del hijo, lanzó la madre un grito y rompió a llorar sin consuelo, diciendo: -No, hijo mío, fue el amor que te tengo lo que me hizo hablar de aquella manera... Hijo mío, vive para el amor de tu madre... Pide, pide a don Bosco que te cure. Don Bosco, conmovido, no podía articular palabra. Sugirió, por fin, unos pensamientos de consuelo a la madre, bendijo al enfermo y salió. El decreto de Dios fue irrevocable. La preciosa herencia del Señor, perdida para el hijo de la noble dama, le tocó a un pobrecito del Oratorio. El clérigo José Rocchietti era ordenado sacerdote, con indecible alegría de don Bosco, en las témporas de Adviento de aquel año. Era el segundo sacerdote elegido por Dios entre los alumnos de Valdocco. Rocchietti, como todos sus compañeros, había experimentado en sí mismo la gran caridad de don Bosco. Cierto día, teniendo absoluta necesidad de una sotana, ((**It6.113**)) fue a don Bosco para pedírsela. Ya no tenía padres y carecía de toda suerte de recursos. Aquella misma mañana le habían llevado a don Bosco una sotana nueva que le hacía mucha falta. Pues bien, después de oír la petición del clérigo Rocchietti, le dijo con su acostumbrada sonrisa: -Aquí tienes una que me han mandado ex profeso para ti. Mira a ver si te está a la medida. Y se la dio. El clérigo Anfossi se encontró con Rocchietti cuando(**Es6.93**))
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