((**Es6.804**)
-Digan los hombres lo que quieran, pero estos
desastres son un azote de Dios.
>>Y la reacción y el bandidaje de Nápoles?
((**It6.1066**)) Todos
creían que una decena de hombres bastaría para
dispersar o capturar a Chiavone con sus cinco o
seis camaradas bandidos; pero sabemos que fueron
enviados allá cien mil hombres, de los que muchos
fueron muertos o heridos, muchos cayeron enfermos
y me dicen que el asunto no está resuelto todavía.
Algunos se consuelan porque no pocos bandidos
fueron muertos o capturados y fusilados y de este
modo su número ha mermado mucho. Pero, >>qué
provecho me trae la muerte de los bandidos,
mientras tantos parientes y amigos nuestros
perdieron la vida a la par que ellos? Podría a
alguno serle de consuelo, si la muerte de aquéllos
hubiese traído la vida a los nuestros, pero no fue
así. Hubo encarnizados combates por ambas partes,
hubo muertos y heridos, y queda mucho por hacer.
También aquí hemos de decir: Bellum Dei flagellum
(la guerra, azote de Dios). La guerra es un azote
que Dios permite para castigar los pecados de los
hombres.
Os digo sinceramente: quisiera que no hubiese
muerto ni un bandido, ni tampoco que uno de los
nuestros hubiese quedado herido siquiera, sino que
todos viviesen en paz en sus casas, con sus
familias, cultivando los campos, trabajando en sus
oficios. Así podrían practicar mejor su religión,
santificar los días festivos y, si os agrada,
jugar también alguna partida a las cartas o a las
bochas, o, si cuadra, celebrar algún banquete,
alguna francachela, darse algún paseo o merienda
con los parientes o amigos.
Es un gran acontecimiento el que, en medio de
tantos trastornos, codicias y planes ambiciosos,
haya podido el Papa quedar tranquilo en Roma y
mantener libres relaciones con todos los pueblos
de la cristiandad.
Al Papa están unidos los verdaderos católicos
guiados por sus obispos, que con un solo corazón y
una alma sola profesan, enseñan y defienden las
doctrinas del Vicario de Jesucristo.
Es también un gran acontecimiento la espantosa
erupción del Vesubio, la sequía, el riguroso frío
que nos atormenta, la carestía que va en aumento.
Gran acontecimiento es además la muerte del Rey
de Portugal. Se dice que, poco tiempo antes de
morir, junto con sus ministros despreciaba la
excomunión como cosa anticuada e ineficaz. Y a los
pocos días murió su hermano casi improvisamente; y
casi al mismo tiempo el rey mismo, a la temprana
edad de veinticuatro años, después de pocos días
de violenta enfermedad, falleció ((**It6.1067**))
acometido de espasmódicos dolores.
Son acontecimientos graves las guerras de
América, Polonia, Líbano, Montenegro; pero ninguno
es tan estrepitoso como la muerte de Cavour.
Se sabe que él tenía en sus manos los hilos de
todos los negocios políticos. Su muerte repentina
le impidió comunicar a otros sus secretos; al
morir cuando nadie lo esperaba, dejó al mundo
consternado y obligó a los buenos y a los que no
lo son tanto a decir: Aquí está la mano de Dios,
que da y quita la vida a quien quiere y cuando
quiere.
Alguien dirá: los negocios no fueron a la tumba
con Cavour.
Yo soy del mismo parecer, creo y estoy
convencido de ello, que el mundo no fue ni irá con
Cavour a la tumba; pero entre tanto con su muerte
se ha perdido el cabo de la madeja; y de entonces
acá la madeja política se volvió cada vez más
enredada. Había uno que tenía el otro cabo del
hilo, pero éste ahora ya no sabe dónde fijar el
cabo opuesto. Este, que todavía vive, sabe jugar
muy bien a la pelota, pero él solo no puede jugar
la partida, ni sabe dónde encontrar un amigo, que
quiera o sepa estar
(**Es6.804**))
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