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parecía sin embargo presagiar que iba a estar
sometido a alguna dura prueba, a alguna
encarnizada lucha. Una mañana, se encontró
Francisco con algunos de sus compañeros a la hora
del desayuno y dijo:
-Esta noche tuve un sueño muy raro; me encontré
en él en un gran apuro y si os gusta, os lo
contaré para que os divirtáis. Parecióme estar en
un campo leyendo un libro, cuando he aquí que
salió a mi encuentro un monstruo horrible. Al
intentar escapar, se lanzó furioso contra mí con
la rapidez del rayo. Como no tenía otra salida, me
dispuse a defenderme. Levanté un bastón, que tenía
en las manos, le descargué unos golpes en la
cabeza, en las costillas, donde podía; y hubo un
momento que creí haberlo vencido o que había
quedado por lo menos medio muerto y fuera de
combate. Pero de pronto, al volver yo la espalda y
echar a correr, el monstruo recobró las fuerzas y,
con redoblado ahínco, me acometió intentando
abrirme el pecho con sus garras. Figuraos mi
espanto. Volví a ponerme a la defensiva, pero ésta
me resultaba más difícil y trabajosa, porque me
encontraba ya cansado; a pesar de todo logré salir
vencedor. Pero qué? El monstruo se lanzó contra mí
por tercera y cuarta vez y yo me sentía
desfallecer de cansancio; el miedo a ser
despedazado me prestaba aliento y no me rendía.
Empapado en sudor y jadeante, no pudiendo ya
tenerme en pie, me volví al Señor, invoqué a la
Virgen y lanzando un grito:
-íMaría, ayúdame!, me desperté. El mismo grito
que lancé me ayudó a disipar la terrible impresión
del espantoso sueño.
Me sentí entonces consolado, siguió diciendo
Francisco, al encontrarme tranquilo en mi casa y
fuera de todo peligro; pero, os aseguro que me
sentía realmente abrumado de cansancio, empapado
en sudor. Intenté descubrirme un poco para
respirar más libremente y me encontré con las
manos agarrotadas de modo que no las podía separar
una de otra. Temí que aquello ((**It6.1053**)) fuera
una realidad o que me hubiera lastimado en el
sueño; pero de pronto me di cuenta de que tenía
las manos entrelazadas con el rosario. Entonces
subió de punto mi alegría, me eché a reír y dije
para mis adentros.
-íYa!, comprendo; el arma para vencer al
monstruo no es el palo material, sino la oración.
Alguien refirió a don Bosco este sueño, y el
buen padre se limitó a decir:
-íYa veréis!
Sabemos por los sagrados libros que, porque así
lo permitió Dios, el santo Job fue atormentado con
un sinnúmero de calamidades
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