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que rezaba esta oración, porque se veían correr
las cuentas entre sus dedos, pero sus labios no se
movían, y tenía los ojos fijos en Bernardita.
Esta, asustada en el primer momento, sacó su
rosario, pero no tuvo fuerzas para hacer la señal
de la cruz; la Señora se santiguó como para
animarla.
La muchacha sintió entonces desvanecerse todo
su temor y con gran alegría comenzó a rezar el
rosario. Cuando lo terminó desapareció la visión.
Desde el once de febrero al dieciséis de julio,
tuvo Bernardita, ella sola, y en el mismo lugar,
dieciocho apariciones. El dieciocho de febrero la
Señora dejóle oír su voz, por vez primera,
diciendo:
-Hazme el favor de venir aquí durante quince
días seguidos.
De entre las pocas palabras que la Señora
pronunció, ora sonriente, ora triste, son
memorables las siguientes:
-Yo no te prometo hacerte feliz en este mundo,
sino en el otro.
Deseo que venga aquí mucha gente. íRezad por los
pecadores! ((**It6.92**))
íPenitencia, penitencia, penitencia! íHija,
comunica de mi parte a los sacerdotes que deseo me
levanten aquí una capilla!
El veinticinco de febrero Bernardita,
obedeciendo el mandato de la Señora, excavó con
las manos un hoyito en el suelo, en un rincón
árido y oscuro de la gruta y brotó una fuente de
agua perenne, que aún al presente mana unos cinco
mil litros de agua por hora. El veinticinco de
marzo, después de preguntarle por tres veces su
nombre, respondió con inefable dulzura:
-Yo soy la Inmaculada Concepción.
Ya, desde la primera aparición, la gente
enterada de lo ocurrido, acudía a la gruta por
millares; el agua de la fuente operaba
innumerables milagros más claros que el mismo sol,
y no daban abasto los confesores para atender a
los fieles que deseaban reconciliarse con Dios.
Así comenzó esa serie de maravillas que hicieron
del santuario de Lourdes un testimonio continuo
del poder de la Virgen María.
Los muchachos del Oratorio, cada vez más
enardecidos de amor a la Virgen con estos relatos,
celebraron aquel año la novena y la fiesta de la
Inmaculada con particular fervor y muchos
escribieron los actos de piedad, que propusieron
hacer en aquellos días. Habíalo aconsejado don
Bosco. Magone, escribió sus propósitos que eran
los siguientes:
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