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Por donde quiera que don Bosco iba, nunca
dejaban los huéspedes de preparar para él una
habitación decente, pero muchas veces prefería
dormir, aun a costa de incomodidades, donde
pasaban la noche sus muchachos.
El 18 de octubre, viernes, habían salido muy
temprano los jóvenes de sus dormitorios y don
Bosco contemplaba desde el balcón a un grupo de
ellos hablando en corro en el patio. El hijo del
conde De Cárdenas, compareció poco después a su
lado y preguntó al joven Tomatis si habían
descansado bien. Tomatis con un gesto cómico
imposible de describir, indicaba que tanto él como
sus compañeros tenían todos los huesos molidos, y
respondió un: -íMuy bien!, con tal tono de voz que
hizo reventar de risa a cuantos le oyeron. Rióse
también el Conde, que, muchos años después, aún
recordaba pesaroso el mezquino y expeditivo
recibimiento que no había podido remediar.
En cuanto estuvimos listos, nos llevó don Bosco
a un santuario donde se venera una imagen de la
Virgen, para realizar las prácticas de piedad.
Nuestros cantores nos deleitaron después de la
misa con las letanías y el Tantum ergo, porque
también se dio la bendición eucarística con gran
alegría de los fieles que asistieron.
Mientras almorzábamos excelentemente se
presentó el Conde padre para invitarnos a visitar
su bodega, que era a la sazón ((**It6.1036**)) una de
las mejores de toda Italia. Bajábase a un inmenso
subterráneo con planta de cruz latina, donde había
inmensos lagares, prensas, alambiques y ciento
nueve cubas, algunas de las cuales contenían más
de cuatrocientas brentas (doscientos hectólitros)
de vino, pues las vendiminas de otoño le producían
a aquel señor siete mil brentas.
Salidos de allí fuimos al jardín del palacio
donde tomamos por asalto los aparatos de gimnasia
del hijo. Con el permiso de don Bosco visitamos la
ciudad y la hermosa iglesia parroquial dedicada a
Santa María la Mayor; y después con un grito
unánime clamamos:
-Vamos a ver el Po. Y como a una media milla de
la ciudad gozamos el espectáculo del rey de
nuestros ríos, anchísimo y profundo.
Mientras tanto don Bosco fue a visitar a
algunas bienhechoras y al párroco, teólogo Domingo
Rossi. Al mediodía nos invitó a volver al palacio,
donde se nos había preparado la mesa con largueza
señorial. Don Bosco, después de comer con el
Senador y su familia, bajó con ellos al patio, y
la banda tocó algunas piezas escogidas. A
continuación nos encaminamos hacia la estación,
donde ocupamos dos coches de tercera clase,
concedidos gratuitamente a don Bosco por la
Dirección de Ferrocarriles. Llegó el tren,
engancharon nuestros dos coches, y al poco tiempo
estábamos en Alessandria.
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