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((**Es6.780**) distancia. Y después de visitar devotamente el santuario, entramos en el recinto de una casa, donde a veces van a vivir algunos frailes. Estos habían preparado vino y castañas en abundancia, y nosotros ((**It6.1034**)) les pagamos su generosidad y calurosa acogida con música y cantos. Estábamos en los confines de la diócesis de Casale y entramos en la de Alessandria. Pero no habíamos andado mucho cuando detuvimos la marcha junto a la alquería de un compañero nuestro, cuyos padres salieron al encuentro de don Bosco y nos obsequiaron a todos con un refresco. Se había puesto el sol, eran ya las siete y media y aún no habíamos alcanzado nuestra meta. Al entrar en una aldea, se nos presentó el conde de Groppello, el cual quiso que don Bosco y su comitiva se detuvieran en su palacio, y con muchos agasajos le ofreció un vino de alta calidad, de su propia cosecha. Después de visitar la iglesia, partimos y pronto llegamos a la estación ferroviaria de Valenza. La banda de música saludó al jefe de estación, con quien habló don Bosco para informarse de las instrucciones que le habían llegado de Turín para el viaje de vuelta por ferrocarril. Informado don Bosco del asunto, entramos en Valenza cuando eran las nueve. Ya había escrito don Bosco desde Casale al conde De Cárdenas, Senador del reino e insigne bienhechor del Oratorio, rogándole preparase un alojamiento militar para sesenta personas. Algunos muchachos fueron a pasar la noche en sus casas. Por aquellos días reinaba gran animación en el patio de aquel grandioso palacio, que tenía hasta setenta habitaciones ricamente amuebladas. Era un continuo entrar y salir de carros que llevaban las uvas de las viñas. El Conde dio sus órdenes al capataz, y éste, continuamente ocupado con la vendimia y la pisa de las uvas, se sujetó materialmente a la frase de la carta de don Bosco. Prepararon los criados unos salones y varios cuartos del piso superior y extendieron en ellos una gruesa capa de paja, dura y sin majar. Para cenar sirvieron una abundante polenta sin añadidura de ningún género. Sonaron las diez y se entregó a cada muchacho una manta ((**It6.1035**)) con la que cubrirse. Rezadas las oraciones y recibida la consigna para el día siguiente, se acostaron; pero aquella paja parecía de estacas, y pocos pudieron dormir. Don Bosco que se dio cuenta de todo, después de retirarse un rato, para dar muestra de agradecimiento, a una lujosa habitación preparada para él, salió de ella cuando los señores se hubieron encerrado en sus apartamentos. Fue a ver las salas donde estaban los muchachos y quiso quedarse con ellos sobre la paja. Poco antes de amanecer volvió a su habitación. (**Es6.780**))
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