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Solía don Bosco anunciar este saludable
ejercicio en todas las excursiones. Se diría que
imitaba a Job, el cual al término de los ((**It6.1030**)) días
de convite mandaba llamar a sus hijos y los
purificaba ofreciendo holocaustos. Pues decía:
-Quién sabe si mis hijos han hecho algún mal y han
disgustado a Dios en sus corazones?
Los frailes salieron a recibir a don Bosco, el
cual fue en seguida a la sacristía a confesar.
Habíanle acompañado algunos hombres y muchachos
del pueblo, que querían aprovecharse de aquella
piadosa práctica. Como había abundancia de
confesores, todos pudieron confesar y comulgar.
Don Bosco dijo después a sus alumnos:
-íEstoy satisfecho de vosotros!
Tuvimos un rato de recreo en el jardín contiguo
al claustro, y examinamos la maquinaria para sacar
el agua y regar el huerto y el prado. Al sonar las
diez, saludamos con un concierto musical a los
buenos religiosos, y volvimos al cuartel general,
donde nos aguardaba la comida. Don Bosco, que
había aceptado la invitación de los Capuchinos, se
quedó junto con los clérigos a comer con ellos a
su mesa. Acababan de levantarse los manteles,
cuando oyeron las trompetas del Oratorio. Los
alumnos se encaminaban hacia Lu y los clérigos los
siguieron. El párroco de Santa María la Nueva,
teólogo Nicolás Roggero, había rogado a don Bosco
que fuera allí porque también él deseaba preparar
una casa para la educación cristiana de la
juventud.
Mientras subían la alta colina de Lu, don Bosco
contaba a los muchachos que caminaban a su
alrededor la historia del lugar y la de los
diversos pueblecitos que, uno tras otro, iban
apareciendo en la llanura. Una mujer ya vieja que
le vio, se paró un instante para preguntar quién
era aquel cura, y al enterarse exclamó:
-íAhora, si tuviese que morir, moriría
contenta, porque he visto a don Bosco!
A eso de las dos de la tarde entraba la
comitiva en Lu. Habían salido al encuentro el
párroco de San Nazario, ((**It6.1031**)) don
Juan Bautista Bensi y el de Santiago, don
Feliciano Fracchia. La noticia de su llegada, el
repique de las campanas y el sonido de las trompas
ponían en movimiento a toda la gente, incluso la
de los lugares apartados. Don Bosco hizo una breve
plática de salutación en Santa María la Nueva. Los
alumnos visitaron la amplia cripta con altar y
coro para los canónigos. Algunos músicos subieron
al campanario para gozar del hermoso panorama y
tocar desde allí una sinfonía. Pero el alcalde,
poco amigo del clero, los mandó bajar con modales
poco corteses, ya que las escaleras en realidad
estaban en malas condiciones
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