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los muchachos se arrodilló también la gente, que
había acudido movida de la curiosidad y rezó las
oraciones juntamente con ellos. Fue el sermón del
buen ejemplo.
El 14 de octubre, lunes, se cantó una misa
fúnebre solemne por los difuntos del pueblo.
Después de la comida, con el debido permiso fueron
los jóvenes a ver a tres de sus amigos y a los
frailes capuchinos, cuyo convento estaba cerca del
pueblo. En todas partes les obsequiaron con vino,
uvas y dulces.
A su vuelta al pueblo se encontraron con un
escenario improvisado en la iglesia parroquial.
Los actores se prepararon rápidamente y comenzó la
función. Como todos querían entrar y no había
sitio para todos, se produjo un alboroto
increíble. Afuera voceaban los que porfiaban con
todo ahínco por entrar, y dentro voceaban contra
los intrusos, rechazándolos. En la iglesia había
una muchedumbre, apretujada como sardinas en
banasta, y oíase un continuo murmullo, que algunos
próceres querían cortar, gritando: -íSilencio!-.
En conclusión, que por mucho que los actores
forzaban la voz, no era posible lograr que el
público oyera una sola palabra de la comedia.
Después se preguntaban las mujeres unas a
otras:
-Has oído?
-Yo no he podido entender nada.
-íYo sí! Yo he entendido; han recitado la
pasión de Nuestro Señor.
Pero la escena más cómica tuvo lugar, después
de la función, entre bastidores. Los muchachos
habían tomado algunos cortinajes de la iglesia
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adornar el escenario. El sacristán, a quien no se
había pedido permiso, en cuanto vio aquellas
telas, se adelantó. Estaba tan borracho que a
duras penas podía tenerse en pie, y dijo a Enría:
-Le pregunto que con qué derecho ha agarrado
estas cortinas.
Y se tambaleaba al impulso de los efectos del
vino.
-Perdone, contestó Enría, yo le busqué a usted,
y no le encontré. Quería pedirle permiso, pero no
me fue posible.
-Vuelvo a preguntarle, siguió el sacristán con
voz todavía mas solemne, vuelvo a preguntarle que:
con qué derecho ha agarrado usted esas cortinas?
-Vamos, perdóneme que ya no lo volveré a hacer.
-Quiero saber qué pretende; es usted acaso el
amo?
-íCaracoles!, contestó Enría harto de aquella
mala broma; acabe usted de una vez, que ya me ha
fastidiado bastante.
-Cómo? Cómo?
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