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con los músicos, hablando con ellos,
acariciándoles y riendo agradablemente.
Obtenido el permiso de don Bosco, pues sin él
no era lícito ir a ninguna parte, volví al
Seminario para comunicarlo a los compañeros. Pero
como empezó a llover, nos vimos obligados, a pesar
nuestro, a quedarnos en casa; fuimos luego a
cantar en la magnífica iglesia de los paúles,
donde el Obispo dio la bendición eucarística.
Por la tarde tuvimos una representación teatral
en el salón del Seminario con asistencia del
Obispo, de numeroso clero y algunos nobles
Señores. El entretenimiento gustó muchísimo. Se
representó el drama: Los dos sargentos, se
recitaron algunas composiciones en honor de
Monseñor y se cantó, por primera vez aquí,
L'Orfanello (El huerfanito), romanza original del
clérigo Juan Cagliero.
El 12 de octubre asistimos a la misa celebrada
por el señor Obispo, a las ocho, en la iglesia de
los paúles, recibimos de sus manos la sagrada
comunión, y después del último evangelio, nos
predicó un fervorín el mismo Prelado sobre el amor
que Jesucristo tiene ((**It6.1025**)) a los
niños. Muchos de los nuestros pidieron a don Bosco
que los confesara.
Nos fue servido el desayuno en el refectorio de
los paúles, y el mismo señor Obispo cortaba trozos
de queso que repartía a los alumnos. Nos llevó
después al jardín, y nos propuso visitar la
ciudad, con un guía. No es para dicho el aplauso
con que fue aceptada la propuesta. Todos en
perfecta formación fuimos a satisfacer la lógica
curiosidad.
También aquél día quiso el venerable Prelado
sentar a su mesa a don Bosco, a algunos de sus
clérigos y a los músicos más expertos. Los demás,
después de comer en el Seminario, se prepararon
para partir. Se encaminaron, primero, al palacio
episcopal para agradecer al Obispo sus atenciones;
el cual regaló a cada muchacho una medalla de la
Virgen, que se venera en el santuario de Crea, y
los bendijo. Dio la banda un alegre concierto en
honor del Obispo y de los ciudadanos, y se puso en
marcha con los muchachos organizados en grupos y
con don Bosco, mientras una gran muchedumbre
llenaba las calles. Se nos esperaba en Mirabello,
que dista siete kilómetros de Casale.
Al llegar al arrabal, salió al encuentro de don
Bosco el párroco de San Germán, don Juan
Schierani, y le rogó que se detuviera un ratito en
su casa. Aceptó don Bosco la calurosa invitación y
su comitiva, confortada con un refresco, alegró al
buen párroco con unas
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