((**Es6.768**)
camino y algunos se juntaban a nuestra comitiva,
pues don Bosco les había dirigido palabras
afectuosas. Al observar el aire ingenuo y
expresivo de uno de ellos, le preguntó:
-Y tú quién eres?
-Me llamo Luis y soy de tal pueblo.
-Te gustaría venir con nosotros?
-Iría con mucho gusto; pero quién es usted?
-Conoces al párroco de tu pueblo?
-Le ayudé a misa esta mañana.
-Muy bien; irás a él, y le dirás que mañana
tenga a bien venir aquí a Alfiano a casa del
arcipreste, y que yo le hablaré de ti... Pero, tú
también vendrás no es eso?
((**It6.1018**)) -Pero
quién es usted?
-Le dirás a tu párroco que es un cura de Turín
quien desea hablarle de ti.
El párrrroco acudió; el muchacho cursó el
bachillerato en el Oratorio y fue después párroco
distinguido en la diócesis de Casale.
Ya se estaba poniendo el sol, y como era la
hora del saludo a la Virgen, cada grupo rezó en
voz alta el ángelus.
Por fin entraba don Bosco en Alfiano, esperado
por toda la población; sonaron las campanas para
la bendición eucarística, y en un abrir y cerrar
de ojos, llenóse la iglesia de bote en bote.
Don Bosco fue del parecer de que de cualquier
modo había que divertir a aquellos buenos
campesinos; y así, sin más preparativos, el grupo
de los armadores, mientras cenaban los compañeros,
se entregó a su labor en la que sus miembros
habían llegado a ser maestros. Sobre dos o tres
carretas de bueyes colocaron las tablas, plantaron
dos postes para sostener el telón y con cuerdas y
clavos colgaron los bastidores. La representación
duró hasta las once de la noche. Un sainete, unas
poesías jocosas en dialecto y variadas canciones
alegraron grandemente a los espectadores. Como
cierre, don Bosco mandó entonar una canción a la
Virgen; los jóvenes se arrodillaron y rezaron las
oraciones de la noche, a las que se sumó todo el
pueblo. El párroco, don José Pellato, nos llevó en
seguida a una alquería y a diversas casas donde
todos pudieron dormir cómodamente.
Mientras los jóvenes descansaban, don Bosco
escribía. Casi todos los días llegaba de Turín un
recadero, que le traía el correo, de acuerdo con
el itinerario que el mismo don Bosco había dejado
escrito en la administración del Oratorio.
En los momentos libres del día y de la noche,
don Bosco, sin perder su calma habitual, leía las
cartas y preparaba la respuesta a
(**Es6.768**))
<Anterior: 6. 767><Siguiente: 6. 769>