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El 8 de octubre, y martes, comenzó con el santo
sacrificio y una plática de don Bosco para el
pueblo, que atestaba la iglesia. Una majestuosa
tortada de un metro de ancha, cocida en una
caldera para la colada, humeaba soberbiamente
sobre la mesa aguardándonos; y no tardamos en
lanzarnos al asalto.
El toque festivo de las campanas llamó después
al pueblo para la misa solemne, que cantamos en
una capillita de la villa. Después de la comida,
hubo música, se recitó una poesía para dar las
gracias al generoso teólogo Barbero y se
dispersaron todos a pasear por las calles del
pueblo y los campos vecinos. A las cuatro y media
las campanas los llamaron a la capilla. Nuestros
cantores alcanzaron un éxito maravilloso.
La fiesta religiosa terminó a eso de las siete
después de las vísperas, una devota procesión y la
bendición.
Toda la gente corrió entonces al corral donde
se había preparado el escenario para la
representación teatral; los cómicos hicieron reír
a los espectadores hasta las once con una comedia
y un sainete.
El día 9 de octubre se cantó una misa de
difuntos con música, en sufragio de los difuntos
del pueblo. Más tarde, mientras unos respiraban el
aire puro del campo, conversaban otros en el
jardín del párroco y saludaban algunos a los
amigos y condiscípulos que estaban de vacaciones,
un agitado redoble de tambor nos reunió a todos en
el ((**It6.1017**))
acostumbrado salón para comer. El párroco de
Corsione, don Juan Bautista Roggiero, nos regaló
varias botellas de vino exquisito y una cantidad
de quesitos para la merienda.
Honramos con un concierto musical a nuestro
huésped y nos despedimos de él, a las dos de la
tarde, para proseguir el viaje. Pero como el
alcalde y el teniente de alcalde habían
manifestado el deseo de que nos detuviésemos unos
instantes en su casa, entramos sucesivamente en
las dos, se tocaron unas piezas y se bebió una
copita, ofrecida con la mayor cordialidad.
Salimos ya del pueblo, pero pronto llegamos a
Cossombrato. Después de una breve parada para
visitar al caballero Pelletta, fuimos a casa del
conde de Germagnano. En ambas casas hubo música,
cantos y copas. Siempre era una gran fiesta, que
nos demostraba cómo se apreciaba y quería a don
Bosco.
Desde las cinco ya no se interrumpió la marcha.
Pasamos por un largo valle, flanqueado de
amenísimas colinas sobre cuyas cumbres se
asentaban lindos pueblecitos, cuyas gentes
suspendían el trabajo de las viñas para contemplar
aquella caravana de músicos jovencitos,
seminaristas y sacerdotes. Los niños bajaban
corriendo hasta el
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