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maestro Félix Frasi. Asistirán a las mismas su
Excelencia el Arzobispo de la Diócesis y el Obispo
consagrante. Pronunciará el discurso inaugural el
docto y caritativo don Juan Bosco, benemérito de
la Sociedad y de la Religión>>.
Don Bosco, pues invitado por don Juan Momo,
preparado y dictado a don Rúa el discurso que iba
a pronunciar, salió para Vercelli el día 14 de
aquel mes.
Pero como ya vimos y veremos, era inevitable
que en todos sus viajes tuviese que dar muestras
de la mansedumbre de su alma. En el coche, donde
se encontraba, ((**It6.1010**)) había
también dos sacerdotes que departían entre sí,
mientras don Bosco escribía la vida de un Papa.
Los sacerdotes hablaban del Seminario, de la
instrucción eclesiástica y la conversación vino
después a parar al Oratorio de Turín. Decían que
los clérigos del Oratorio no podían estudiar
teología por estar siempre ocupados en asistir a
los muchachos y que no podían salir de allí más
que sacerdotes de escaso valer. Dirigiendo después
la palabra a don Bosco, al que no conocían, le
preguntaron:
-No es verdad que es así?
Respondió don Bosco que él era del parecer
contrario, y añadió:
-Conocen ustedes a don Bosco y han ido alguna
vez a ver su casa? Sus clérigos estudian y, si
quieren averiguarlo, vayan a preguntar por sus
calificaciones al Seminario.
En aquel momento paró el tren en Vercelli.
Había en la estación gente que esperaba al
Arzobispo y otros que aguardaban a don Bosco. Tan
pronto como éste se asomó a la ventanilla, oyó que
le llamaban por su nombre:
-íDon Bosco, don Bosco!
Aquellos sacerdotes se quedaron mortificados y
confundidos, lo saludaron con una reverencia y
siguieron su viaje. Don Bosco los disculpó
diciendo que no estaban bien informados. Más tarde
fueron al Oratorio a presentar sus excusas y
recomendar muchachos.
El día 15 de septiembre, don Bosco predicó en
Vercelli las glorias de María, de las que era
testimonio aquella Basílica, y tanto gustó al
inmenso auditorio y a los dos Prelados, que el
Arzobispo d'Angennes le mandó predicar los dos
días siguientes, imponiéndole que no se preocupara
de los temas, pues ellos mismos, los Obispos, se
los sugerirían en el momento oportuno. Así lo
hicieron, en efecto, y esperaron casi hasta la
hora de subir al púlpito. El obispo de Saluzzo, le
dio el tema para el primer sermón; y el Arzobispo
el segundo sobre el respeto a la iglesia como
lugar sagrado.
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