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menor, a los que con derecho podía llamar hijos
suyos por diversos títulos; y recibió los agasajos
que merecía un padre amantísimo. Estas visitas
fueron verdaderos triunfos; don Bosco predicó, les
habló después del rezo de las oraciones de la
noche, hízose el ejercicio de la buena muerte y
todos quisieron confesarse con él, que dirigía
aquel Centro educacional de vocaciones. No se
cansaban los jóvenes de acercarse a él para
recibir un buen consejo.
Pero el afecto y los aplausos de los alumnos
hirieron la susceptibilidad del nuevo Rector, y su
ánimo no tardó en sentirse influenciado por los
celos. Resolvió, por consiguiente, sustraerse a la
dependencia, que había de prestar a la autoridad
de don Bosco y hacerse reconocer como único
Superior del ((**It6.985**))
Seminario. Así, pues, confiando en sí mismo y en
la continuidad de la presente prosperidad, quiso
tratar directamente con la Curia arzobispal,
sabiendo que había quien favorecería sus planes.
Fue, pues, a Turín como para obsequiar a las
autoridades eclesiásticas; y en su propio nombre,
sin comunicar nada a don Bosco, les entregó el
registro de las condiciones para la admisión de
los alumnos, el del resultado de los exámenes y
del estado económico del primer trimestre.
Habiendo sido bien recibido por quien no puso
mientes en el agravio, que hacía a don Bosco,
volvía el Rector de vez en cuando a Turín para
referir todo lo que don Bosco disponía, hacía o
decía. Favorecía sus intentos la observación de
que el Seminario de Giaveno no debía considerarse
como una dependencia del Oratorio. Su alarde de
tanto celo por los intereses de la diócesis tendía
a conseguir dos fines: deshacerse de don Bosco,
que era para él como humo en los ojos, y obtener,
con el andar del tiempo, como premio una buena
parroquia, para cuyo gobierno tenía en verdad las
cualidades necesarias.
Mas, por entonces, obstaculizaba sus deseos de
independencia la imposibilidad de encontrar
personal para la asistencia de los alumnos. Por lo
cual no rompió abiertamente con el Superior y
encontró que era una táctica sagaz tomar un camino
encubierto, es decir, instigar a los clérigos de
don Bosco, que tenía consigo, para inducirlos a
desertar de la familia del Oratorio. Gozaba de
toda clase de preferencias, aquél que le daba
esperanzas de condescender, mientras cargaba todo
el peso de la asistencia, sin recibir ninguna
prueba de afecto y confianza, al que le ofrecía
dudas o certeza de que se mantendría fiel a don
Bosco. Pero no manifestaba los motivos de este
sistema; sin embargo, eran tales las maneras que
los mismos alumnos y los empleados se daban cuenta
de su misteriosa conducta. Por
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