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hasta apostatar de la fe y asociarme a los
protestantes. Pero soy un desgraciado, como lo fui
desde el primer instante de mi aberración, y ya
((**It6.976**)) no
podré jamás acallar los remordimientos de mi
conciencia. Ahora me encuentro en un estado
lastimoso, no sólo por el alma, sino también por
el cuerpo. Quisiera volver a mi Obispo, pero no sé
cómo hacerlo.
>>Don Bosco conocía por la fama a aquel
pobrecito y le contestó:
>>-Vaya en hora buena, el Obispo está enterado
y está dispuesto a recibirle. Tiene dinero?
>>-Nada; peor aún, ímire!
>>Y al decir esto descubrióse y dejó ver que
traía puesta una camisa de señora.
>>Esta camisa la encontré el sábado pasado
sobre la cama para mudarme. Seguramente que mis
compañeros lo hicieron así para burlarse de mí,
pues ya se habían percatado de mi descontento.
>>Don Bosco le dio dinero para el viaje y
camisa para mudarse. Al despedirse, aquel pobre
sacerdote pidió un libro a don Bosco.
>>-Sí, con mucho gusto, le dijo, pero ahora no
tengo más libro que el breviario.
>>-Precisamente el breviario; es el que yo
deseo. íQué infelices son los que se alejan del
camino del cielo!>>.
Parece que este sacerdote para reparar, hasta
donde le era posible, sus yerros, descubrió a don
Bosco las tramas que los protestantes habían
preparado contra las almas en Florencia.
Probablemente aquel mismo día escribió don Bosco a
aquel Arzobispo sobre el asunto. Contestóle el
Prelado en estos términos:
Muy apreciado y reverendo Señor:
La señora marquesa de Villarios, a su regreso a
Florencia, me trajo en seguida su carta del 18 del
mes corriente, la cual me resultó muy grata. El
pensar que usted reza y hace rezar a sus muchachos
por mí, me ha conmovido profundamente y es ésta
una prueba de la gran bondad de su alma. Tengo
verdadera necesidad de ello en estos tiempos
turbulentos y en la dificilísima posición en que
me encuentro, rodeado de tantas dificultades y
oprimido por tan gran peso.
((**It6.977**)) La
molestia, que se me causó con ocasión de la octava
del Corpus Christi, fue exagerada tal vez por la
prensa; y el pésimo diario florentino La Nación ha
dicho de mí ciertas cosas, que no existen, y yo
creí que era mi deber desmentir. Si al volver de
la iglesia al palacio arzobispal, después de la
procesión, recibí algún insulto y me lanzaron
gritos salvajes, tuve al mismo tiempo vivas
demostraciones de devoción y afecto por gran parte
de mi pueblo. Pero lo que más siento es que
hubiera personas tan descaradas y perversas que
perturbaran el orden de una solemnidad dedicada al
culto de Jesús en el Santísimo Sacramento y
desasosegaran y atemorizaran
(**Es6.738**))
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