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Fui entonces adonde estaba la Señora que
distribuía los pañuelos; cerca de Ella había
algunos hombres a los cuales dije:
-Qué significa todo esto?
La Señora, volviéndose a mí, me contestó:
-No leíste lo que estaba escrito en aquellos
pañuelos?
-Sí: Regina virtutum.
-No sabes por qué?
-Sí que lo sé.
-Pues bien, aquellos jóvenes expusieron la
virtud de la pureza al viento de las tentaciones.
Los primeros, apenas se dieron cuenta del peligro
huyeron, son los que guardaron el pañuelo; otros,
sorprendidos y no habiendo tenido tiempo de
guardarlo, se volvieron a la derecha; son los que
en el peligro recurren al Señor volviendo la
espalda al enemigo. Otros, permanecieron con el
pañuelo extendido ante el ímpetu de la tentación
que les hizo caer en el pecado.
Ante semejante espectáculo me sentí
profundamente abatido y estaba para dejarme llevar
de la desesperación, al comprobar cuán pocos eran
los que habían conservado la bella virtud, cuando
prorrumpí en ((**It6.975**)) un
doloroso llanto. Después de haberme serenado un
tanto, proseguí:
-Pero cómo es que los pañuelos fueron
agujereados no sólo por la tempestad, sino también
por la lluvia y por la nieve? Las gotas de agua y
los copos de nieve no indican acaso los pecados
pequeños, o sea, las faltas veniales?
-Pero no sabes que en esto non datur parvitas
materiae? (no se da parvedad de materia?). Con
todo, no te aflijas tanto, ven a ver.
Uno de aquellos hombres avanzó entonces hacia
el balcón, hizo una señal con la mano a los
jóvenes y gritó:
-íA la derecha!
Casi todos los muchachos se volvieron a la
derecha, pero algunos no se movieron de su sitio y
su pañuelo terminó por quedar completamente
destrozado. Entonces vi el pañuelo de los que se
habían vuelto hacia la derecha disminuir de
tamaño, con zurcidos y remiendos, pero sin agujero
alguno. Con todo, estaban en tan deplorable estado
que daba compasión el verlos; habían perdido su
forma regular. Unos medían tres palmos, otros dos,
otros uno.
La Señora añadió:
-Estos son los que tuvieron la desgracia de
perder la bella virtud, pero remedian sus caídas
con la confesión. Los que no se movieron son los
que continúan en pecado y, tal vez, tal vez,
caminan irremediablemente a su perdición.
Al fin, dijo: Nemini dicito, sed tantum admone.
(No lo digas a nadie, solamente amonesta).
<>-Soy sacerdote, fui párroco; abandoné el
sagrado ministerio para enrolarme en las milicias
de Garibaldi. Engañado dejé arrastrarme
(**Es6.737**))
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