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en tantos años de predicación. Mas, he aquí que
poco después veo la iglesia convertida en un gran
valle. Yo buscaba con la vista los muros de la
misma y no los veía, como tampoco a ningún joven.
Estaba fuera de mí por la admiración, sin saberme
explicar aquel cambio de escena.
-Pero qué significa todo esto? -me dije a mí
mismo-.Hace un momento estaba en el púlpito y
ahora me encuentro en este valle. Es que sueño?
Qué hago?
Entonces me decidí a caminar por aquel valle.
Mientras lo recorría busqué a alguien a quien
manifestarle mi extrañeza y pedirle al mismo
tiempo alguna explicación. Pronto vi ante mí un
hermoso palacio con grandes balcones y amplias
terrazas o como se quieran llamar, que formaban un
conjunto admirable. Delante del palacio se
extendía una plaza. En un ángulo de ella, a la
derecha, descubrí un gran número de jóvenes
agrupados, los cuales rodeaban a una Señora que
estaba entregando un pañuelo a cada uno de ellos.
Aquellos jóvenes, después de recibir el
pañuelo, subían y se disponían en fila uno detrás
de otro en la terraza que estaba cercada por una
balaustrada.
Yo también me acerqué a la Señora y pude oír
que en el momento de entregar los pañuelos, decía
a todos y a cada uno de los jóvenes estas
palabras:
-No lo abráis cuando sople el viento, y si éste
os sorprende mientras lo s extendiendo, volveos
inmediatamente hacia la derecha, nunca a la
izquierda.
Yo observaba a todos aquellos jóvenes, pero por
el momento no conocí a ninguno. Terminada la
distribución de los pañuelos, cuando todos los
muchachos estuvieron en la terraza, formaron unos
detrás de otros una larga fila, permaneciendo
derechos sin decir una palabra. Yo continué
observando y vi a un joven que comenzaba a sacar
su pañuelo extendiéndolo; después comprobé cómo
también los demás jóvenes iban sacando poco a poco
los suyos y los desdoblaban, hasta que todos
tuvieron el pañuelo extendido. Eran los pañuelos
muy anchos, bordados en oro con unas labores de
elevadísimo precio y se leían en ellos estas
palabras, también bordadas en oro: Regina
virtutum.
Cuando he aquí que del septentrión, esto es, de
la izquierda, comenzó a soplar suavemente un poco
de aire, que fue arreciando cada ((**It6.974**)) vez más
hasta convertirse en un viento impetuoso. Apenas
comenzó a soplar este viento, vi que algunos
jóvenes doblaban el pañuelo y lo guardaban; otros
se volvían del lado derecho. Pero una parte
permaneció impasible con el pañuelo desplegado.
Cuando el viento se hizo más impetuoso comenzó a
aparecer y a extenderse una nube que pronto cubrió
todo el cielo. Seguidamente se desencadenó un
furioso temporal, oyéndose el fragoroso rodar del
trueno; después comenzó a caer granizo, a llover y
finalmente a nevar.
Entretanto, muchos jóvenes permanecían con el
pañuelo extendido, y el granizo, cayendo sobre él,
lo agujereaba traspasándolo de parte a parte; el
mismo efecto producía la lluvia, cuyas gotas
parecía que tuviesen punta; el mismo daño causaban
los copos de nieve. En un momento todos aquellos
pañuelos quedaron estropeados y acribillados,
perdieron toda su hermosura.
Este hecho despertó en mí tal estupor que no
sabía qué explicación dar a lo que había visto. Lo
peor fue que, habiéndome acercado a aquellos
jóvenes a los cuales no había conocido antes,
ahora, al mirarlos con mayor atención, los
reconocí a todos distintamente. Eran mis jóvenes
del Oratorio. Aproximándome aún más, les pregunté:
-Qué haces tú aquí? Eres tú fulano?
-Sí, aquí estoy. Mire, también está fulano, y
el otro y el otro.
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