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y de la extenuación de nuestro Señor, y me
contestó negativamente; pero que le había parecido
que indicaba una carestía (material o espiritual),
que tendría lugar, mas no inmediatamente, sino tal
vez dentro de algún año. ((**It6.969**)) La
explicación más obvia es que Jesús ahora sufre en
la persona de su Iglesia.
Algunos interrumpieron a don Bosco
preguntándole:
-Quién es éste?
Negóse don Bosco a declararlo y siguió:
-Hay otro muchacho, a quien vi en el sueño de
las mesas en el reducido grupo de aquéllos cuya
alma es verdaderamente inocente, y que resplandece
todavía con el hermoso candor de la estola
bautismal. Con él se complace la Virgen en
conversar y le manifiesta cosas lejanas y ocultas.
Yo mismo, cuando deseo saber algo, incluso acerca
del porvenir, acudo a él, pero de manera que no se
despierte en él el amor propio. Y él, después de
consultar a María Santísima, sabe decírmelo con
toda sencillez. Lo mismo sucede cuando necesito
obtener alguna gracia. Jovencitos como éste hay
más de uno. Es éste un hecho muy singular; pero
estoy observando adónde irá a parar todo esto,
porque no son imposibles las ilusiones. Lo cierto
es que María nos quiere. Os diré todavía acerca de
un cuarto compañero vuestro una cosa naturalmente
inexplicable. Antes de las vacaciones de Pascua,
pidió permiso para ir a pasar unos días en su
casa. No se le quería dejar ir, pero insistía
diciendo que quería asistir a la muerte de su
párroco. Por fin se le concedió el permiso y fue
con esta obsesión. Los padres, a quienes se la
había manifestado, la consideraron una locura, y
escribieron al Oratorio preguntando si su hijo,
atacado de tan manifiesta manía, había salido ya
de Turín, pues el párroco gozaba de perfecta
salud. Pero qué pasó? A los pocos días cayó
enfermo, arregló los asuntos de su conciencia y
murió.
Todos encontrábamos todo esto muy extraño y le
preguntábamos con insistencia quiénes eran
aquellos muchachos afortunados que vivían con
nosotros sin conocerlos. Se limitó a contestar:
-Es realmente el caso de decir: Abscondisti
haec a sapientibus et prudentibus et revelasti ea
parvulis... quoniam sic fuit placitum ante te.
(Ocultaste estas cosas a sabios y prudentes, y las
has revelado a pequeños... pues tal fue tu
beneplácito). Aquí no hay ciencia, ni buena
voluntad que valga; el Señor reparte sus dones
como le place. Pero yo prefiero una virtud
constante a las gracias extraordinarias, porque
estas muestras de predilección son muy peligrosas;
y más, si son frecuentes, pues es fácil dejarse
vencer por las tentaciones de la soberbia. Dios
opone resistencia a los soberbios, en cambio,
dispensa sus gracias a los humildes. ((**It6.970**)) Los que
se encuentran en esta condición leerán a veces u
oirán contar desde el púlpito la visión de un
santo o alguna otra cosa sobrenatural. Esta
narración impresionará al que nunca gozó de estos
carismas, en cambio, a uno de éstos que decimos,
no les causará ninguna impresión; antes al
contrario hay peligro de que piensen para sus
adentros:
-íVaya! eso no es ninguna gran cosa; también yo
he disfrutado de tales favores. Y entonces íay,
ay! Es que falta la humildad. íAy de ellos, si
atribuyendo estos carismas a sus propios méritos,
se glorían de ellos, aun cuando sea por poco
tiempo! Hace algunos años teníamos un muchacho
aquí en esta casa, que, estando enfermo, aseguró
haber visto a la Virgen, de la que había aprendido
mil maravillas. Y dio de ello algunas pruebas;
entre ellas, conocer quiénes de sus compañeros
habían ido a confesarse y quiénes no; y a éstos
últimos, el sábado por la tarde, los mandaba a los
pies del confesor. Otra buena prueba de aquella
visión fue la buena conducta que comenzó a tener
después de su curación. Sin embargo, corriendo el
tiempo, fue empeorando
(**Es6.733**))
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