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((**Es6.731**) -Si no quieres que yo huya, dímelo todo, replicó don Bosco. Entonces aquel pobre muchacho se animó, se abrazó al confesor al tiempo que desapareció aquel monstruo, y confesó el pecado que había tratado de ocultar. Este hecho lo contó don Bosco una noche a algunos clérigos, entre los que estaban Ruffino y Bonetti, los cuales tomaron nota de él. Sus palabras causaron honda impresión, porque recordaban el sueño de pocos meses antes, en el que había visto a tres jóvenes con un mono agarrado al cuello. Poco a poco se divulgó la noticia de este hecho, de modo que, al ser invitado, don Bosco expuso con las necesarias cautelas la repugnante aparición a toda la comunidad. En este relato, como también en otros de este género, mudaba las circunstancias de tiempo, lugar y personas, y a veces exponía el hecho como actual siendo así, por el contrario, que había ocurrido incluso años antes. En efecto, nunca se pudo saber el nombre del protagonista; es más, al correr de los años, más de uno calificaba este mismo hecho de historieta fabulosa. Pero cuarenta y cuatro años después, se vino inesperadamente en conocimiento de una prueba de la veracidad de la narración. El Hermano Edmundo, de las Escuelas Cristianas, asistía en septiembre de 1904 en Turín al Congreso Católico de Juventudes, y en aquellas reuniones se encontró con algunos salesianos, entre los cuales estaban don Juan Bautista Francesia y el padre Blanco, misionero en la República Argentina. Al hablar con ellos de don Bosco, al que había conocido en 1850, contó que lo había visto ((**It6.967**)) reunir a los chicos en la plaza Manuel Filiberto y que tomaba parte en sus Congregaciones. Se reunían en éstas casi setecientos muchachos para confesarse y se invitaba a diez o quince confesores para atenderlos; pero la mayoría de ellos preferían a don Bosco e iban pocos a los demás sacerdotes. Notaba además que, después de tan prolongadas confesiones, se ofrecía a don Bosco algún refresco, pero el santo sacerdote nunca lo aceptaba. Pasó después el Hermano Edmundo a alabar la habilidad de don Bosco en conseguir que las confesiones fueran provechosas, y ponderar cómo Dios le ayudaba en aquel sagrado ministerio con gracias sorprendentes; y para traer una prueba de su afirmación contó precisamente el hecho del mono. Los salesianos, que lo escuchaban extrañados, al oír esta conclusión, le preguntaron cómo había llegado a saber el caso y respondió: -Lo supe en Parma porque me lo contó el mismo joven (y dijo (**Es6.731**))
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