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-Si no quieres que yo huya, dímelo todo,
replicó don Bosco.
Entonces aquel pobre muchacho se animó, se
abrazó al confesor al tiempo que desapareció aquel
monstruo, y confesó el pecado que había tratado de
ocultar.
Este hecho lo contó don Bosco una noche a
algunos clérigos, entre los que estaban Ruffino y
Bonetti, los cuales tomaron nota de él. Sus
palabras causaron honda impresión, porque
recordaban el sueño de pocos meses antes, en el
que había visto a tres jóvenes con un mono
agarrado al cuello.
Poco a poco se divulgó la noticia de este
hecho, de modo que, al ser invitado, don Bosco
expuso con las necesarias cautelas la repugnante
aparición a toda la comunidad. En este relato,
como también en otros de este género, mudaba las
circunstancias de tiempo, lugar y personas, y a
veces exponía el hecho como actual siendo así, por
el contrario, que había ocurrido incluso años
antes. En efecto, nunca se pudo saber el nombre
del protagonista; es más, al correr de los años,
más de uno calificaba este mismo hecho de
historieta fabulosa.
Pero cuarenta y cuatro años después, se vino
inesperadamente en conocimiento de una prueba de
la veracidad de la narración. El Hermano Edmundo,
de las Escuelas Cristianas, asistía en septiembre
de 1904 en Turín al Congreso Católico de
Juventudes, y en aquellas reuniones se encontró
con algunos salesianos, entre los cuales estaban
don Juan Bautista Francesia y el padre Blanco,
misionero en la República Argentina. Al hablar con
ellos de don Bosco, al que había conocido en 1850,
contó que lo había visto ((**It6.967**)) reunir
a los chicos en la plaza Manuel Filiberto y que
tomaba parte en sus Congregaciones. Se reunían en
éstas casi setecientos muchachos para confesarse y
se invitaba a diez o quince confesores para
atenderlos; pero la mayoría de ellos preferían a
don Bosco e iban pocos a los demás sacerdotes.
Notaba además que, después de tan prolongadas
confesiones, se ofrecía a don Bosco algún
refresco, pero el santo sacerdote nunca lo
aceptaba.
Pasó después el Hermano Edmundo a alabar la
habilidad de don Bosco en conseguir que las
confesiones fueran provechosas, y ponderar cómo
Dios le ayudaba en aquel sagrado ministerio con
gracias sorprendentes; y para traer una prueba de
su afirmación contó precisamente el hecho del
mono.
Los salesianos, que lo escuchaban extrañados,
al oír esta conclusión, le preguntaron cómo había
llegado a saber el caso y respondió:
-Lo supe en Parma porque me lo contó el mismo
joven (y dijo
(**Es6.731**))
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