((**Es6.72**)
-Nosotros sabemos de dónde viene. Has de saber
que hace poco bajó un ángel del cielo y puso dos
coronas de rosas sobre nuestras cabezas.
-Dónde están, que yo no las veo?, exclamó
Tiburcio mirando a un lado y a otro sin ver nada.
Dónde están esas rosas que decís? Siento su olor,
pero las coronas, que me gustaría ver, no las veo.
Y no se calmaba. Entonces dijo Cecilia:
-Si quieres ver estas coronas, antes debes
creer que hay un solo Dios creador de cielo y
tierra, que este Dios ha enviado del cielo a su
divino hijo Jesús, el cual fundó una religión
santísima, purísima; y después tienes que ser
lavado con una agua que purifique tu alma de toda
mancha.
-Cómo? Hay todavía un Dios más poderoso que los
dioses de Roma?
Contestóle Valeriano:
-íTiburcio, mucho me extraña que con tu mucho
saber, creas que nuestros ídolos son poderosos!
íEstán hechos por los hombres!
-Es verdad lo que dices; pero, quién me dará
esa agua?
-Un venerable anciano, que se llama Urbano.
-Urbano? Ese a quien oigo llamar el papa de los
cristianos?
-Exactamente.
-No soy tan necio como para presentarme a él.
Si me descubrieran los pretorianos, sería
inmediatamente condenado a muerte. Además ícorren
voces tan perversas a costa de los cristianos!
-Calumnias de los malvados, querido hermano.
Urbano es un ángel. En mi vida encontré un hombre
más afectuoso, más sencillo y más docto. Ve a
verlo, háblale y quedarás encantado.
((**It6.82**)) -A lo
que parece, también tú..., pero no es posible...
Soy joven..., quiero gozar de la vida... No sabes
que la muerte está pendiente sobre la cabeza de
quien trata con los cristianos?... No; yo no iré
nunca a ver a Urbano.
-Aguarda, Tiburcio, aguarda. Tu temor sería
razonable, si hubiésemos de vivir solamente en
este mundo, si todo acabara con la muerte. Pero
has de saber que nuestra alma es inmortal, que
Dios todopoderoso, que ha hecho cielo y tierra, ha
creado también un paraíso donde disfrutan
eternamente de una felicidad inexplicable sólo los
que le hayan servido en esta vida; y has de saber
también que hay un lugar donde, después de la
muerte, sufren todos los tormentos que puedas
imaginar, aquéllos que no quisieron conocer,
adorar, amar y obedecer a este Dios.
-Pero, quién puede asegurarme que exista otra
vida?
Intervino entonces Cecilia, y como era muy
culta, presentó las pruebas tomadas de la razón,
de la revelación y de los mismos autores paganos
para demostrar la existencia de la vida futura, la
eterna felicidad reservada a los justos y la
eterna desdicha adonde irán a parar los inicuos.
Tiburcio, joven de agudo ingenio y gran corazón,
comprendió con el auxilio de la gracia de Dios, la
fuerza de aquellos argumentos, se convenció y,
despreciando la muerte, exclamó:
-Decidme, entonces, dónde vive Urbano e iré a
verle enseguida para alcanzar yo también la
felicidad eterna y evitar la muerte sin fin.
Entonces Valeriano, le dijo:
-Ven conmigo, yo te acompañaré. Estáte seguro
de que, después de ese lavado de salvación,
experimentarás una alegría que nunca tuviste, ni
mente humana puede imaginar.
Fueron; Tiburcio fue bautizado y, también él
vio al ángel.(**Es6.72**))
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