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santurrones de don Bosco, instruidos en un arte u
oficio o encaminados a los estudios, llevan hoy
día una vida digna en la sociedad, satisfechos y
dichosos todos ellos de la educación que
recibieron, y son distinguidos industriales,
abogados, profesores, oficiales del ejército,
sacerdotes ejemplares, útiles para sí mismos y
para sus hermanos. Más aún, no pocos de ellos,
renunciando generosamente a sus comodidades e
incluso prodigando su vida, penetraron ya en la
Patagonia, llevando la luz de la religión y los
beneficios de la civilización a tribus bárbaras y
salvajes, haciéndose de este modo verdaderos
bienhechores de la pobre humanidad. Notaremos
también que algunos de ellos alcanzaron las más
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dignidades en la Iglesia, en la magistratura y en
el gobierno del Estado. Tenemos, pues, muchos
motivos para creer que el dedo de Dios, en aquella
noche y en lo sucesivo, estuvo en favor nuestro e
invitamos a la Gaceta a tenerle realmente un poco
más de respeto, admirando sus grandes portentos>>.
El domingo de Pentecostés, 19 de mayo, después
de vísperas y de la plática, se cantó un solemne
Tedéum, en el que tomaron parte los alumnos
internos y externos del Oratorio y muchos
bienhechores. Pero esto no les bastaba a los
protegidos de María Santísima. La caída del rayo
había despertado en algunos superiores del
Oratorio el deseo de que don Bosco mandara colocar
sobre la casa un pararrayos y le hablaron de ello.
-Sí, -contestó-colocaremos una estatua de la
Virgen. María nos defendió tan bien del rayo que
cometeríamos una ingratitud, si confiáramos y
acudiéramos a otros antes que a ella.
Y su protección apareció muy visible otra vez
aquel mismo año. Carlos Buzzetti puso manos a las
nuevas construcciones, que le habían sido
confiadas, y llevaba adelante los trabajos con tal
rapidez que en el mes de noviembre estaban
terminadas las obras. Quedaba todavía por arreglar
el sótano, destinado a bodega, cuando he aquí que,
estando en estos trabajos, uno de los arcos cedió.
Era pleno día y trabajaban allí cuatro albañiles
quitando la armadura. Uno de ellos quedó
suspendido en el aire sobre un travesaño y
avanzando a horcajadas sobre él pudo llegar hasta
el vano de una ventana. Otro se encontraba en un
rincón donde no se hundió la bóveda. El tercero se
salvó por una viga, que le cayó casi encima, pero
que, al quedar apoyada contra la pared, le sirvió
de defensa. El cuarto quedó sepultado bajo los
cascotes. Al oír el estruendo producido por el
derrumbamiento, acudieron de todas partes de la
casa. Temíase que el cuarto albañil estuviera
aplastado y muerto bajo ((**It6.947**)) el peso
de los
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