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de clérigos y estudiantes, y, narrando lo acaecido
y atribuyéndolo al demonio, decía bromeando:
-Ese grosero no conoce las reglas de la buena
educación, es un bellaco; da unas sacudidas como
para descoyuntar los huesos. En materia de música
es un estúpido; no sabe llevar la batuta e ignora
la armonía, marca el compás a destiempo y mete un
ruido infernal, como para romper el tímpano,
incluso de los que duermen.
Del mismo parecer fue el canónigo Anglesio, que
felicitó a don Bosco por la caída del rayo,
diciéndole:
-Patente de enemistad que otorga el diablo a
don Bosco. Este hecho me resulta más agradable que
cualquier favor o fortuna aún muy señalada, que
hubiera podido recibir de los hombres.
Por aquellos días algunos diarios mal
intencionados, al dar la noticia de la caída de un
rayo sobre la casa de don Bosco, se complacían
propalando que había habido muertos. La Gaceta del
Pueblo, cuyos redactores, por carta del 18 de
mayo, habían advertido a don Bosco que se guardase
de seguir escandalizando con sus opiniones
retrógradas y que procurase ser más italiano,
manifestando de este modo, a pesar de querer
ocultarlo, el rencor que nutría al Oratorio, por
no haber logrado hacerlo cerrar el año anterior,
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publicaba con su acostumbrada jerga indecente e
impía, en el número ciento treinta y nueve, del
lunes 20 de mayo de 1861, estas maliciosas y
embusteras palabras:
<>Uno de esos infelices alumnos pereció, otros
quedaron heridos. Si se hubiese tratado de un
colegio liberal, hubieran exclamado los curas:
``He aquí el dedo de Dios''.
>>Nosotros, con un poco más de respeto a ese
dedo, jamás le echaremos la culpa de un
homicidio>>.
Escribe don Juan Bonetti: <(**Es6.713**))
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