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un largo suspiro y con voz débil y cansada, pero
bastante inteligible, dijo:
-íOh, don Bosco!
Al poco rato se recobró completamente y se unió
a los compañeros.
((**It6.942**)) Por fin
se acercó don Bosco a Perroncini, que todavía
seguía inmóvil en su cama. Temían todos que
hubiera sido alcanzado por el rayo, por lo que
nadie hasta entonces se había atrevido a
sacudirlo, temiendo tal vez tener que comprobar
que era cadáver. Don Bosco mandó acercar más la
luz, lo examinó y vio que el pobre joven tenía una
herida en la cara y que una pequeña astilla de
caña, mezclada con los escombros del tejado
derribado, se le había clavado en la mejilla hasta
asomar a flor de piel junto al párpado inferior
del ojo derecho. Intentó sacársela con la puntas
de los dedos, pero no pudo; pidió entonces unas
tijeras y con ellas, empleándolas como pinzas, se
la sacó. El dolor de la extracción sacudió al
presunto muerto y, creyéndose que le molestaba
algún compañero, dio un puñetazo a don Bosco,
gritando en dialecto piamontés:
-íBribón, déjame dormir!
Resulta más fácil imaginar que describir el
regocijo que invadió a todos los circunstantes al
oír aquella voz y aquella expresión; soltaron
todos, junto con don Bosco, una gran carcajada por
la alegría y el alivio que experimentaron al
quedar completamente seguros de que en tamaño
desastre no había ninguna víctima.
El trabajo de las primeras curas de los
muchachos duró casi una hora, y cuando don Bosco
advirtió que había quedado a salvo la vida de
todos, desahogó su corazón con un afectuoso Deo
gratias, y exclamó:
-íDemos gracias de corazón al Señor y a su
santísima Madre! íNos han salvado a todos de un
gran peligro! íAy, si se hubiese declarado el
fuego en la casa! Quién habría podido salvarse?
Y ante el altarcito del dormitorio se rezaron
las letanías de la Santísima Virgen.
Después de esto, aun cuando todavía no habían
dado las dos, los de aquel dormitorio ya no
quisieron volver a la cama y bajaron con don Bosco
a la iglesia. Se quedó solamente don Víctor
Alasonatti acabando de curar a los que lo
necesitaban y ((**It6.943**))
disponiendo luego lo que procedía para el caso.
Mientras tanto, todos aquellos aprendices se
confesaron, asistieron a la santa misa, celebrada
por don Miguel Rúa, y comulgaron. A las cinco de
la mañana, cuando sonó la hora de levantarse la
comunidad, los compañeros de los otros
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