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suelo. Quién era el aparecido? Era el apostol san
Pablo que acudía a consolar a Urbano en sus
tribulaciones y a animar a Valeriano.
-íLevántate, Valeriano, y cobra valor!, dijo
san Pablo.
También Valeriano, esforzado guerrero y hombre
valeroso, temblaba en aquel momento como un niño.
Al oír que le llamaban por su nombre, alzó
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un poco la cabeza, dirigió la mirada a aquel ser
misterioso y se levantó. Entonces san Pablo le
ofreció un libro diciéndole:
-íLee!
Valeriano abrió el libro y leyó en él estas
palabras: Una sola ley, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios omnipotente, creador de
cielo y tierra; un solo señor y redentor,
Jesucristo.
-Crees esto?, le preguntó san Pablo.
-íSí, lo creo con toda mi alma!, repuso
Valeriano.
-Si lo crees, puedes recibir el santo bautismo
y después volver a Cecilia y ver al ángel.
Dicho esto, san Pablo desapareció.
Entonces el papa Urbano administró el bautismo
al convertido, lo vistió con la túnica blanca y,
como apuntaban ya las primeras luces de la aurora,
lo envió, así vestido, a Cecilia.
Llegó Valeriano a la puerta del palacio de
Cecilia, asediada de numerosos clientes llegados
para saludar al amo y recibir la gratificación,
sin hallar a aquella hora ningún obstáculo por
parte de los siervos ostiarios. Atravesó los
atrios y fuese derecho a la habitación de la santa
virgen. Detúvose ante el umbral, levantó un poco
la cortina que tapaba la entrada. íQué espectáculo
contemplaron sus ojos! Cecilia rezaba de rodillas
y estaba a su lado, en pie, su ángel. Aquel ángel
despedía una luz tan clara como el sol, que
iluminaba la habitación. La hermosura de su
rostro, la riqueza de sus vestidos, el magnífico
esplendor de sus alas, pintadas de varios colores,
era tal que resulta imposible describirlo con
lengua humana. Las alas nacían de las espaldas con
toda suerte de admirables trenzados, obra de manos
divinas, y acababan en sus extremidades con
vivísimos colores irisados. Ante aquella visión
dudaba Valeriano si debía entrar, pero ya casi
acostumbrado a la presencia de los habitantes del
cielo, con la reciente aparición de san Pablo, se
animó y entró. Fue en seguida a arrodillarse junto
al ángel, de modo que éste quedó en medio entre
Cecilia y Valeriano. Valeriano, aunque estaba
poseído de intenso fervor, con todo, deslumbrado
por aquella luz fulgurante, rezaba a duras penas y
su atención quedaba distraída con el celeste
personaje. Después de un rato de oración, el ángel
sacó dos bellísimas coronas de rosas y las colocó
sobre las cabezas de Cecilia y Valeriano. Luego
dijo:
-Guardad, jóvenes míos, estas coronas que os he
traído del jardín del ((**It6.81**)) Paraíso,
con la pureza del corazón y la santidad de la
vida. Vuestras oraciones han sido escuchadas por
el Señor; pedid lo que deseáis y se os concederá.
Entonces Valeriano dijo:
-Te pido la conversión de mi hermano Tiburcio.
-Si sólo deseas esto, contestó el ángel, ya
está concedido.
Y desapareció. En aquel instante se oyeron los
pasos de Tiburcio, que se acercaba a la puerta, y
abrió.
-íOh, qué fragancia tan deliciosa se percibe en
esta sala! Qué flores, qué aromas despiden este
perfume? En mi vida he experimentado nada
semejante.
Entonces Valeriano respondió:(**Es6.71**))
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