((**Es6.708**)
a brillar los relámpagos y a retumbar
espantosamente los truenos. José Rossi y José
Reano dormían en una de las habitaciones, junto a
la de don Bosco, de la que los separaba una
pequeña biblioteca. Rossi, que a las doce y media
aún no había podido cerrar los ojos, despertó a
Reano, diciéndole:
-Oyes?...
Reano le contestó:
-Tienes demasiado miedo. Duerme tranquilo.
((**It6.938**)) Y se
volvió del otro lado, durmiéndose de nuevo.
Pero apenas transcurrido un cuarto de hora,
oyóse un formidable estruendo, que sacudió desde
sus cimientos la casa, que apareció al mismo
tiempo como envuelta en llamas. Después todo
volvió a quedar en tinieblas y siguió un silencio
sepulcral, que no duró más de un minuto. De pronto
oyóse sonar la campanilla en la habitación de don
Bosco. Reano y Rossi exclamaron:
-íAy de nosotros, una desgracia!
Se vistieron a toda prisa, encendieron una luz
y corrieron presurosos y temblando.
En aquel momento pasaba don Bosco un mal
momento. El rayo había penetrado por la chimenea,
que bajaba hasta su cuarto; rompió la pared,
removió la columna del hogar, echó por tierra la
estantería de los libros, volcó el escritorio con
todo lo que había encima; y la corriente eléctrica
se comunicó a su cama de hierro colado, la levantó
del suelo más de un metro y la trasladó hacia el
lado opuesto, envolviéndola en una intensísima luz
deslumbradora.
A los pocos segundos apagóse toda luz y la
cama, al chocar sobre un reclinatorio, se desplomó
con tal ímpetu que, de rebote, cayó don Bosco al
suelo. Quedó unos instantes casi sin sentido. De
buenas a primeras parecióle que, junto con su
cama, se había hundido en el salón de estudio de
debajo. Sentado en el suelo, cansado por la
emoción experimentada, tentó a su alrededor y su
mano tropezaba con piedras, ladrillos y cascotes.
Se puso de pie y a tientas fue avanzando y tocando
acá y allá para saber dónde se encontraba, con el
alma en un hilo, temiendo hundirse por algún
agujero o que le cayera encima una pared ruinosa.
A Dios gracias, a los pocos pasos tropezó su mano
con un cuadrito y la pileta del agua bendita, que
colgaban de la pared a la cabecera de la cama;
cercioróse entonces ((**It6.939**)) de que
estaba todavía en su habitación y agarrando la
cuerdecilla, que bajaba por un lado, dio el fuerte
campanillazo que hizo acudieran Reano y Rossi. Don
Bosco, envuelto en unas mantas para resguardarse
del aire frío, y sentado en la cama, estaba
esperando. Entre tanto su pensamiento
(**Es6.708**))
<Anterior: 6. 707><Siguiente: 6. 709>