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((**Es6.70**) -Dónde está el venerable anciano? Ellos te enseñarán al punto dónde se encuentra y te acompañarán hasta él.Cuando el anciano te haya purificado, vuelve y verás a mi ángel. Así lo hizo. La palabra venerable anciano era la contraseña de los cristianos para indicar al Papa y mantener oculto a los gentiles el refugio de Urbano I. Llegó Valeriano al tercer miliario y se encontró con el grupo de mendigos, que no eran tales, sino cristianos disfrazados y les dijo: -Dónde está el venerable anciano? Contestóle uno de ellos: -íVen conmigo, sígueme! Allí cerca había la entrada de una caverna, oculta tras un grupo de árboles y de largas ramas colgantes. Apartó el guía las ramas y, seguido de Valeriano, llegó a un pasadizo oscuro. Tomó el guía una lámpara, la encendió, se metieron los dos por un estrecho corredor, y, después de dar unas vueltas, encontraron una escalera empinada, que se hundía en los entrantes de la tierra. Pronto bajaron hasta su pie. Allí comenzaban las catacumbas, o sea, el lugar donde sepultaban a los mártires. Tienen una extensión de muchas millas. Avanzaba Valeriano por aquella galería a la que desembocaban centenares de corredores. La lámpara del guía iluminaba escasamente aquellos subterráneos. A derecha e izquierda se veían, unas sobre otras, empotradas en los nichos de la pared, las tumbas de los mártires, que tenían esculpidos o pintados sobre losas los signos de su martirio. -Este, decía el guía señalando una tumba, fue decapitado por el verdugo; ((**It6.79**)) este otro fue despedazado por las fieras en el anfiteatro; aquél fue quemado a fuego lento; ése murió echándole plomo derretido por la boca. Y así seguía, indicándole los distintos géneros de suplicios, varas, parrillas, cruces, con los que habían confesado a Jesucristo los que dormían para siempre en aquellos subterráneos. En medio de aquellas gloriosas tumbas tenían los cristianos sus asambleas, celebraban sus ritos y muchas veces comían y dormían. Valeriano, al ver unos trofeos de virtud tan sublimes, cuyo valor todavía no conocía, casi se desmayaba de horror y pensaba para sus adentros: -íAy de mí, en qué lugar me he metido! No obstante se reanimó y siguió el camino. Llegó por fin a un lugar algo más espacioso, donde se cruzaban varias galerías y que tenía el aspecto de un templo. Había allí un altar, muchas lámparas encendidas y un nutrido grupo de cristianos que asistían a las sagradas funciones. El guía llevó enseguida a Valeriano ante el pontífice Urbano, que estaba sentado en una cátedra rodeada por el clero. La fisonomía del Papa, con marcado aire de benevolencia y mirada serena, afectuosa, consoló y alentó mucho a Valeriano. El Papa, al ver a aquel desconocido, que todavía no se había repuesto de su estupor, lo reanimó con palabras dulces y amables y, cuando le preguntó por qué motivo había pedido hablar con él, Valeriano contestó: -Yo soy el esposo de Cecilia. Me ha contado que tiene a su lado un ángel invisible que la defiende. Yo deseaba ver a este ángel del cielo y ella me ha contestado que, para verlo, era necesario que me presentase a ti y me hicieras purificar. Cuando Urbano oyó el nombre de Cecilia y que era ella quien había mandado allí a Valeriano, profundamente conmovido, se postró en tierra y oró. Todos los cristianos imitaron al Pontífice y rezaban. Mas he ahí que apareció de improviso un venerable anciano, con semblante majestuoso, imponente, celestial. Valeriano comprendió que aquél era un personaje sobrenatural y, vencido por el miedo, cayó al(**Es6.70**))
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