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en tiempo de persecución. Vivía por aquellos
tiempos una doncella perteneciente a una de las
más nobles familias de Roma. Llamábase Cecilia y
profesaba ocultamente la religión cristiana,
puesto que sus padres eran paganos. Le gustaba
mucho la música y tocaba el órgano, instrumento
distinto del que ahora usamos; cantantibus organis
Caecilia Domino decantabat. Cantaba himnos de
alabanza al Señor, y nada deseaba más que
entretenerse con su Dios y decirle: <>.
Esta joven se había consagrado con voto a
Jesucristo, prometiéndole conservarse virgen
durante toda la vida. Pero sus padres habían
pensado casarla con Valeriano, joven patricio de
muy noble alcurnia. Así que se enteró Cecilia de
que sus padres la habían prometido a un esposo de
esta tierra, quedó desconcertada, y meditaba cómo
salir de aquel apuro. Estaba ella siempre retirada
en sus habitaciones, huía de los espectáculos y
tenía consigo día y noche los santos evangelios,
que eran su delicia. Rogaba continuamente al Señor
para que la ayudase en aquella difícil situación.
De pronto se sintió animada e inspirada a
abandonarse con plena confianza en las manos de su
amado esposo Jesús, y exclamó:
-Soy feliz, me siento segura; íya sé lo que
debo hacer!
Acercábase en tanto el día de la boda. Fue
Valeriano a verla y, ella, sacándolo aparte, le
dijo:
-Valeriano, tengo que descubrirte un secreto.
Contestóle presuroso Valeriano:
-Dime pues, Cecilia, lo que quieres porque yo
seré siempre tu fiel compañero.
-Te confiaré mi secreto, pero prométeme que no
lo descubrirás a nadie.
-Dímelo todo sin temor, pues nadie sabrá jamás
por mí tu secreto.
Entonces Cecilia le habló en estos términos:
-Valeriano, yo me he consagrado a otro esposo,
a un esposo celeste. Si tú te acercaras a mí para
ultrajarme, tengo un ángel que me guarda
constantemente, y éste te fulminaría al instante.
-Tienes siempre un ángel a tu lado? Yo no lo
veo.
-Quieres verlo?
((**It6.78**)) -Lo
deseo ardientemente.
-Si quieres ver a mi ángel, antes tienes que
creer en Jesucristo, Hijo de Dios, que por salvar
a los hombres bajó del cielo a la tierra y derramó
su sangre por nosotros. Tienes que creer que hay
un solo Dios creador del cielo y de la tierra y de
todo lo que hay en ellos; que este Dios premia a
los buenos y castiga a los malos. Después debes
lavarte con las aguas que purifican y, sólo
después de este bautismo, podrás ver a mi ángel.
Valeriano, que nunca había oído hablar de
Jesucristo, ardiendo en deseos de ver al ángel,
exclamó:
-A quién debo ir para purificarme?
Y Cecilia respondió:
-Si quieres realmente ser purificado, vete por
la vía Apia hasta tres millas de la ciudad tertio
ab urbe lapide... (en el tercer miliario desde la
ciudad). 1 Allí encontrarás a unos pobres que te
pedirán limosna y tú les dirás:
1 Había en los caminos romanos unas columnas o
piedras, que señalaban la distancia de mil pasos,
o sea, una milla (la milla romana antigua tenía
1.480 m.), y que se llaman miliar o piedra
miliaria. (N. del T.).(**Es6.69**))
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