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alumnos. En esta ocasión fue conciso y categórico
en sus palabras. No dio nombre alguno, dejando
para otra ocasión las preguntas que hizo a su guía
y las explicaciones que oyó de labios de éste en
relación con ciertos símbolos y alegorías que
habían desfilado ante su vista.
El clérigo Ruffino nos legó algunos nombres
sirviéndose de las confidencias que le hicieran
algunos de los mismos jóvenes a quienes don Bosco
había dicho lo que sobre ellos había visto en el
sueño, dejando constancia de ello. Dicha nota
lleva fecha de 1861.
Nosotros entretanto para mayor claridad en la
exposición y para evitar demasiadas repeticiones,
formaremos un todo único, introduciendo en el
relato los nombres omitidos y las explicaciones
dadas; pero éstas, en la mayoría de los casos, no
serán presentadas en forma dialogada. Con todo
seremos exactos, citando literalmente cuanto
escribió el cronista.
Don Bosco, pues, comenzó a decir:
El desconocido continuaba junto al aparato de
la rueda y de la lente. Yo me sentía muy contento
por haber visto a tantos jovencitos que vendrían a
vivir con nosotros, cuando me fue dicho:
-Quieres contemplar algo más hermoso?
-Sí, sí, veamos.
-íDa una vuelta a la rueda!
Así lo hice, mirando después a través de la
lente. Vi a todos mis jóvenes divididos en
numerosos grupos, algo distantes los unos ((**It6.907**)) de los
otros y ocupando una amplia extensión. Hacia una
parte divisé un terreno sembrado de legumbres y
hortalizas y cubierto en parte de pastos, en cuyos
linderos crecían algunas hileras de vides
silvestres. En dicho campo, los jóvenes de uno de
los grupos trabajaban la tierra empleando azadas,
palas, horcas, picos y rastrillos. Estaban,
además, divididos en cuadrillas que tenían sus
respectivos jefes. Les presidía el caballero
Oreglia di Santo Stefano, el cual distribuía entre
ellos herramientas de labor de toda suerte y
obligaba a trabajar a los que no tenían ganas de
hacerlo. A lo lejos, al fondo de aquel terreno, vi
a algunos jóvenes arrojando la simiente a la
tierra.
El segundo campo se encontraba en la otra
parte, en un extenso campo de trigo cubierto de
doradas espigas. Un largo foso servía de lindero
entre éste y los demás campos cultivados que se
veían por doquier y cuyos límites se perdían en el
horizonte lejano. Los jóvenes que trabajaban en él
se dedicaban a recoger las mieses, pero no todos
realizaban la misma labor. Unos segaban y hacían
grandes gavillas; otros las amontonaban; quiénes
espigaban, quién conducía un carro; éste trillaba,
aquél arreglaba las hoces, el otro las distribuía,
el de más allá tocaba la guitarra. Os aseguro que
era un hermoso espectáculo de sorprendente
variedad.
En aquel campo, a la sombra de añosos árboles,
se veían numerosas mesas con el alimento necesario
para toda aquella gente; y más allá, a poca
distancia, un amplio y magnífico jardín cercado de
abundante sombra y cubierto de macizos de las más
bellas y variadas flores.
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