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((**Es6.682**) Los observé atentamente y los conocí a los cuatro. Pedí explicación al desconocido y me respondió: -Lo puedes comprender fácilmente: son los que no escuchan tus consejos y, si no cambian de conducta, corren el peligro de ir a parar a la cárcel y acabar en ella sus días por sus delitos o graves desobediencias. -Desearía tomar nota de sus nombres para no olvidarlos -le dije-, pero el amigo me respondió: -No hace falta; están ya todos anotados; aquí los tienes escritos en este cuaderno. Entonces me di cuenta de que mi acompañante tenía un cuadernillo en la mano. Me ordenó que diese otra vuelta al manubrio y, después de hacerlo, me puse nuevamente a mirar. Vi a otros siete jóvenes, todos de aspecto huraño y desconocido, con un candado que les cerraba los labios. Tres de ellos se tapaban también los oídos con las manos. Me separé entonces del cristal y quise anotar con lápiz sus nombres, pero aquel hombre me volvió a decir: -No hace falta; aquí los tienes escritos en este cuaderno que llevo siempre conmigo. Y se opuso en absoluto a que escribiese. Yo, lleno de estupor y dolorido por aquella actitud, pregunté el significado de aquel candado que cerraba los labios de aquellos infelices. El me respondió: -No lo entiendes? Estos son los que se callan. -Pero qué es lo que callan? -íCallan! Entonces comprendí que se trataba de la Confesión. Eran los que incluso, cuando el confesor les pregunta, no responden, o responden evasivamente, o faltan a la verdad. Dicen sí cuando deben responder no y viceversa. El amigo continuó: -Ves aquellos tres que, ademas de llevar un candado en la boca, se tapan los oídos con las manos? íQué condición tan deplorable la suya! Esos son los que no solamente callan pecados en la confesión, sino que ademas no quieren escuchar de ninguna manera los avisos, los consejos, las órdenes del confesor. Son los que no prestarán oído a tus palabras, aunque parezca que las escuchan y que están dispuestos a obrar diversamente. ((**It6.903**)) Podrían quitarse las manos de donde las tienen, pero no quieren hacerlo. Los otros cuatro escucharon tus consejos, tus exhortaciones, pero no se aprovecharon de ellas. -Y cómo haría para quitarles ese candado? -Ejiciatur superbia e cordibus eorum. (Echese la soberbia de sus corazones). -Amonestaré a éstos, -proseguí-, pero para los que se tapan los oídos con las manos hay pocas esperanzas. Aquel hombre me dio después un consejo; a saber, que cuando dijese dos palabras desde el púlpito, una fuera sobre la manera de confesarse bien; y por mi parte prometí obedecerle. No diré que solamente hablaré de esto, porque me haría pesado, pero sí que inculcaré con frecuencia una práctica tan necesaria. En efecto, es mucho mayor el número de los que se condenan por confesarse mal que los que van al infierno por no confesarse, porque aun los malos alguna vez se confiesan, pero son muchísimos los que no se confiesan bien. El personaje misterioso me hizo dar otra vuelta a la manivela. Miré depués y vi a otros tres jóvenes en una situación espantosa. Cada uno de ellos tenía un mono enorme sobre las espaldas. Al observar atentamente pude comprobar que aquellos animales tenían cuernos. Cada uno de ellos (**Es6.682**))
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