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Y como yo no me moviese, mi amigo insitió:
-Date prisa; no pierdas tiempo, que se acerca
la noche.
-Pero por qué me das tanta prisa? No, no quiero
higos; me agrada verlos, regalarlos, pero no me
son agradables al paladar.
-Si es así, sigamos adelante; pero recuerda lo
que dice el Evangelio de San Mateo, cuando habla
de los grandes acontecimientos que sucederán a
Jerusalén. Decía Cristo a los Apóstoles: Ab arbore
fici discite parabolam. Cum jam ramus ejus tener
fuerit et folia nata, scitis quia prope est
aestas. (Aprended la enseñanza de la higuera:
cuando ya esté tierna su rama y salgan las hojas,
sabed que ya está cerca el verano). Y ahora está
muy cerca, puesto que los higos comienzan a
madurar.
Reemprendimos la marcha y he aquí que apareció
otro campo plantado de viñas. El desconocido me
dijo inmediatamente:
-Quieres uvas? Si no te agradan los higos, ahí
tienes uvas: toma y come.
-íOh! Ya las cortaremos a su tiempo de la cepa.
-Pues aquí también las hay.
-íA su tiempo!, -le respondí.
((**It6.900**)) -Pero
no ves cuánta uva madura?
-Posible? Y en esta estación?
-Date prisa, que se hace tarde y no hay tiempo
que perder.
-Qué prisa tenemos? Con tal de que al final del
día me encuentre en mi casa...
-Te repito que te des prisa, pues pronto se
hace de noche.
-Si se hace de noche volverá otra vez el día.
-No es cierto; ya no volverá otra vez el día.
-Cómo? Qué es lo que quieres decir?
-Que se acerca la noche.
-Pero de qué noche me estás hablando? Quieres
decir que debo preparar la maleta para partir? Que
debo ir pronto a mi eternidad?
-Se aproxima la noche: dispones de muy poco
tiempo.
-Dime al menos si será pronto. Cuándo he de
partir?
-No seas tan curioso. Non plus sápere quam
oportet sápere. (No saber más de lo que es
necesario saber).
-Así decía mi madre a los entrometidos, pensé
para mí, y después proseguí en alta voz.
-Por ahora no quiero uvas.
Seguimos avanzando lentamente y, tras breve
caminar, llegamos al campo de nuestra propiedad,
en el que encontramos a mi hermano José cargando
un carro. Al verme se acercó para saludarme;
después saludó a mi compañero, pero viendo que
éste no respondía al saludo ni le hacía caso, me
preguntó si el tal había sido condiscípulo mío:
-No, -le dije- es la primera vez que le veo.
Entonces José le dirigió de nuevo la palabra
diciéndole:
-Oiga, por favor, dígame su nombre; tenga la
bondad de contestarme; que yo sepa con quien
hablo.
Pero el guía continuaba sin hacerle caso. Mi
hermano, extrañado, se dirigió nuevamente a mí
para preguntarme:
-Pero quién es éste?
-No lo sé, no ha querido decírmelo.
Ambos insistimos para que nos dijese de dónde
venía, pero el otro volvió a repetir: Non plus
sápere quam oportet sápere.
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