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los nombres de algunos personajes que había visto
desfilar a través de su fantasía mientras dormía.
En la narración de dicho sueño invirtió tres
sesiones consecutivas, hablando a sus jóvenes
desde la tribuna que le solían colocar debajo del
pórtico, una vez rezadas las oraciones de
costumbre.
El 2 de mayo estuvo hablando por espacio de
unos tres cuartos de hora.
El exordio, como sucedía siempre que comenzaba
una de estas narraciones, parece un poco confuso y
extraño, lo que juzgamos natural, por razones que
hemos expuesto ya en otros lugares, y las que
ofreceremos al juicio de nuestros lectores.
Comenzó, pues, el siervo de Dios a hablar así a
los jóvenes.
Este sueño se refiere solamente a los
estudiantes. Muchísimas cosas de las que vi en él
no sería capaz de describirlas, por falta de
inteligencia y por insuficiencia de palabras.
Me parecía haber salido de mi casa de I Becchi.
Me dirigía por un sendero que conducía a un pueblo
próximo a Castelnuovo, llamado Capriglio. Quería
visitar un campo arenoso de nuestra propiedad, que
estaba situado en un vallecillo detrás del caserío
llamado Valcappone; la cosecha de este campo
apenas si produce para pagar los impuestos. En mi
niñez estuve varias veces trabajando en aquel
sitio.
Había recorrido ya un buen trecho de camino,
cuando cerca de aquel campo me encontré con un
buen hombre, como de unos cuarenta años, de
estatura ordinaria, barba larga y bien cuidada y
de rostro moreno. Vestía un traje que le llegaba
hasta las ((**It6.899**))
rodillas, llevaba ceñidos los costados y sobre la
cabeza una especie de gorrito blanco. Se hallaba
en actitud de quien espera a alguien. El tal me
saludó familiarmente como si yo fuese para él
persona conocida desde mucho tiempo; después me
preguntó:
-Adónde vas?
Mientras detenía el paso, le repliqué:
-Voy a ver un campo que tenemos por estos
contornos. Y tú, qué haces aquí?
-No seas curioso -me contestó-. No necesitas
saberlo.
-Bien. Pero al menos haz el favor de decirme tu
nombre y quién eres, pues me he dado cuenta de que
me conoces. Yo, en cambio, no te conozco.
-No hace falta que te diga ni mi nombre, ni mis
cualidades. Ven. Prosigamos juntos.
Me puse en camino con él y, después de avanzar
unos pasos, me vi en un extenso campo cubierto de
higueras. Mi compañero me dijo:
-No ves qué hermosos higos hay aquí? Si quieres
puedes tomar y comer los que quieras.
Yo le respondí maravillado:
-En este campo nunca hubo higos.
Y él respondió:
-Pues ahora los hay; ahí los tienes.
-Pero no están maduros; todavía no es tiempo de
higos.
-Pues a pesar de ello, mira; los hay ya muy
hermosos y en su punto; si quieres probarlos date
prisa porque se hace tarde.
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