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pues hay que hacer el bien a todos. Recibiremos
siempre bien y con dulzura a los forasteros, pues
esto es lo que ellos desean y esperan, sean éstos
señores o sean pobres; es más, los que se
encuentran en condición de inferioridad exigen,
aún más que los otros, ser tratados con respeto.
>>En cuanto a los jóvenes debemos tener caridad
con ellos y, tratarlos siempre con dulzura; que
nadie tenga motivo para decir de ninguno de
nosotros: fulano es riguroso y severo. íNo!, que
nunca pueda nadie formarse tal concepto de alguno
de nosotros. Si hemos de reprender a alguno,
llevémoslo aparte, hagámosle comprender por las
buenas su falta, su deshonra, su daño, la ofensa
de Dios; porque ((**It6.891**)) si
procedemos de otro modo bajará la cabeza al oír
nuestras duras palabras, temblará, pero hará
siempre por escapar de nosotros y será escaso el
provecho obtenido con amonestaciones de esta
clase. Si sorprendemos con las manos en la masa a
algún despistado, agarrémosle por un brazo y
digámosle resueltamente:
>>-Mira lo que haces, considera lo que
merecerías, y si yo te llevara al Superior, qué
pasaría?, etc.
>>Pero de una manera especial tengamos caridad
entre nosotros;
cuando uno tiene que decir algo al compañero,
dígaselo enseguida sin miedo. No se guarde
resentimiento o rencor en el corazón. Puede que
sea inoportuna la advertencia; no importa; hágase
en seguida.
>>La palabra de don Bosco tenía un atractivo
singular para los clérigos. Al salir de su
habitación, decía el que había entrado:
>>-íYo estaré siempre con don Bosco!
>>Preguntaba después a algún compañero:
>>-Y tú?
>>-Yo también, repetían los demás>>.
Un día se encontraron unos clérigos de don
Bosco con el Abate Vacchetta, el cual les
preguntó:
-Por qué estáis allá abajo en Valdocco con don
Bosco?
-Porque nos gusta, -respondieron.
La marca que en ellos dejaba la educación de
don Bosco, hacía que se distinguieran de los otros
seminaristas, no pertenecientes al Oratorio.
Bajaba un día el canónigo César Ronzini por la
carrera de Valdocco junto al hospital San Luis, y
como viera en la acera contraria al clérigo
Garino, hízole señas con la mano para que se
acercara. Llegóse a él y le preguntó:
-Qué manda el señor Canónigo?
-Nada; quería saber si usted es de los de don
Bosco.
-íSí, señor!
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