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inglés, dejaba a sus soldados el cuidado de la
guerra, mientras él se estaba tranquilamente en su
palacio. Rápidamente, a una batalla sucedía otra y
siempre con la derrota de los suyos. Estaban ya en
poder del enemigo muchas provincias. Podía darse
por perdido el reino. Enviaron entonces los
generales al rey un distinguido oficial para que
le sacudiera ((**It6.888**)) de su
inercia, haciéndole presente el peligroso extremo
en que se encontraba e induciéndole a aprovechar
los últimos recursos para la defensa. Al llegar a
palacio, fue detenido el oficial a la puerta, y
allí estuvo aguardando dos o tres horas, antes de
ser admitido en audiencia. Entre tanto el rey
bailaba, jugaba y bebía alegremente. Por fin fue
introducido el oficial. Recibióle el rey con suma
cortesía; en lugar de preguntarle por la suerte de
la guerra, empezó a hablarle de cacerías y
banquetes y acabó señalándole una mesa e
invitándole a jugar a los naipes con él.
>>Miró extrañado el oficial a su soberano, sin
proferir palabra y permaneció inmóvil en pie.
-Habéis entendido?, replicó el rey, qué estáis
pensando en este momento?
>>-Majestad, respondió el oficial, estoy
asombrado. íNunca he visto a nadie caminar hacia
la ruina tan alegremente como Vos!
>>Queridos hijos míos; ía cuántos, que tienen
el pecado en la conciencia y, sin embargo, juegan,
ríen, comen, beben, se divierten y tienen el
infierno abierto bajo sus pies, se podrían aplicar
estas palabras!>>
La muerte de un alumno venía a poner sobre
aviso en el Oratorio a quien tal vez lo
necesitaba.
Escribe Ruffino: <>El día 24 de diciembre de 1860 don Bosco
había anunciado: -Hay algunos entre nosotros que
dentro de pocos meses ya no estarán aquí. Hay
uno... y éste no piensa en ello.
>>Y Maffei murió de improviso. Como en la
muerte del alumno Quaranta, tampoco hizo don Bosco
reflexiones inoportunas, ((**It6.889**)) no
aludió a predicciones cumplidas y todo pasó
tranquilamente sin angustias de espíritu.
>>Pero algunos clérigos, conmovidos por
aquellas dos muertes, viendo a don Bosco siempre
delicado y temiendo por su vida, le exhortaron a
cuidarse y, por tanto, a no trabajar tan
intensamente. Uno de ellos, para convencerlo, le
dijo:
(**Es6.671**))
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