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((**Es6.67**) quedaba encendida la luz, terminaba su pobre comida, dirigiendo una sonrisa afectuosa, una mirada amable, una palabra de aliento, a unos y a otros Nunca mostraba la menor contrariedad ante la insistente importunidad de sus hijos; al contrario, sentía pesar si una visita innecesaria venía a romper el encanto de aquellos entretenimientos familiares. Hacía a veces señal de querer hablar a todos y, al instante, cesaba aquel barullo ensordecedor; en medio del más absoluto silencio contaba una breve anécdota, proponía una cuestión, hacía una pregunta, hasta que la campana disolvía la asamblea llamando a la clase de canto o a las oraciones. La confianza de los muchachos no padecía menoscabo alguno con la continua vigilancia del superior, más agradable que la de otros asistentes. Entretanto también los clérigos habían comenzado sus clases en el seminario, ocupado todavía por la autoridad militar, que no había dejado libre más que un amplio entresuelo para la clase de los estudiantes de teología. Así que los profesores de los cursos de filosofía daban las clases en su propia casa a hora muy temprana e incómoda para los alumnos. Por este motivo, don Bosco escribió una respetuosa carta al canónigo Vogliotti, Provicario diocesano y Rector del Seminario. Ilustrísimo Señor: Acudo a su reconocida bondad para un favor que se refiere a nuestros estudiantes de filosofía. La hora actualmente señalada para la clase no coincide con el horario de la casa, especialmente con la misa. ((**It6.75**)) Si los señores profesores T. Mottura y C. Farina pudieran tener la bondad de comenzar su clase a las nueve de la mañana, todo quedaría arreglado. Pero si esto fuera de estorbo para las ocupaciones de los señores mencionados, ya me las arreglaría de otro modo para uniformarme a sus lecciones. Siempre con el mayor aprecio y gratitud, me profeso. De V.S. Ilma. Desde casa, 16 noviembre 1858. Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. Pero don Bosco remediaba estos y otros inconvenientes, que podían menoscabar la necesaria vigilancia, con la fuerza de su palabra. Las verdades eternas eran siempre y sin falta lo primero que anunciaba a los nuevos alumnos. José Reano, nos transmitió la plática recogida de labios del mismo don Bosco una noche del mes de noviembre de 1858:(**Es6.67**))
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