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sin preocuparse de momento por escalar la cumbre.
Yo no quería de ninguna manera llegar al Paraíso
con tan exiguo acompañamiento; por eso, resuelto a
ir en busca de los remisos, dije a los que me
acompañaban:
-Voy a bajar en busca de aquéllos; quedaos
vosotros aquí.
Dicho y hecho. A cuantos encontraba en mi
bajada les ordenaba proseguir hacia arriba. A unos
les hacía una advertencia; a otros, un amable
reproche; a éste le daba una reprimenda; a aquél,
una palmada; al otro, un empujón.
-Seguid para arriba, por caridad -les decía
afanosamente-; no os detengáis con esas bagatelas.
De esta manera al encontrarme de nuevo al pie
de la montaña ya había avisado a casi todos y me
encontraba entre las breñas ((**It6.878**)) del
monte que habíamos subido con tanto trabajo. Vi a
algunos que, cansados por la fatiga de la
ascensión y desanimados por lo que aún les quedaba
por escalar, habían resuelto volver hacia abajo.
Por mi parte, determiné emprender de nuevo la
subida para reunirme con los jóvenes que habían
quedado en la cumbre, pero tropecé con una piedra
y me desperté.
Ya os he contado el sueño. Sólo deseo de
vosotros dos cosas. Os vuelvo a repetir que no
contéis fuera de casa, a ninguna persona extraña,
nada de cuanto os he dicho; pues, si algún extraño
oyese estas cosas, tal vez las tomaría a risa. Yo
os las cuento para haceros pasar un rato
agradable. Comentad, pues, el sueño entre vosotros
cuanto queráis, pero deseo que no le deis más
importancia que la que se puede dar a los sueños.
Además quiero recomendaros otra cosa y es, que
ninguno venga a preguntarme si estaba o no estaba,
quién era o quién no era; qué hacía o qué dejaba
de hacer, si se hallaba entre los pocos o entre
los muchos, qué lugar ocupaba, etc.; porque sería
repetir la música de este invierno. El contestar a
tantas preguntas podría ser para algunos más
perjudicial que útil y yo no quiero inquietar las
conciencias.
Solamente os quiero hacer presente que si el
sueño no hubiese sido un sueño, sino una realidad,
y en verdad hubiésemos tenido que morir entonces,
entre tantos jóvenes como estáis aquí reunidos; si
nos hubiésemos dirigido al Paraíso, sólo un número
insignificante habría llegado a la meta. De
setecientos o tal vez ochocientos, quizá tres o
cuatro. Pero, no os alarméis; entendámonos. Os
explicaré esta exorbitante desproporción: quiero
decir que sólo tres o cuatro habrían llegado
directamente al Paraíso, sin pasar algún tiempo
por las llamas del Purgatorio. Algunos
permanecerían en este lugar de expiación algunos
minutos; otros, tal vez un día; otros, varios días
o varias semanas; en resumen, que casi todos
tenían que pasar un período más o menos largo
allí.
Queréis saber qué es lo que hay que hacer para
evitar el Purgatorio? Procurad ganar todas las
indulgencias que podáis. Si practicáis aquellas
devociones a las que van anejas indulgencias, tras
cumplir los requisitos señalados se entiende; si
ganáis indulgencias plenarias, iréis directamente
al Paraíso.
Don Bosco no dio de este sueño explicación
alguna personal y práctica a cada uno de los
alumnos, como en otras ocasiones; haciendo muy
contadas reflexiones sobre las distintas escenas
presentadas en el mismo. No era cosa fácil el
hacerlo. Se trataba, como ((**It6.879**))
probaremos más adelante, de ideas plasmadas en
múltiples cuadros; que lo mismo se sucedían unas a
otras que aparecían simultáneamente,
(**Es6.663**))
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