((**Es6.662**)
después otro, y así todos pasamos del lado de
allá, encontrándonos al pie de la montaña.
Dispuestos a emprender la subida no encontramos
sendero alguno que nos la facilitase, y, al
bordear la falda, nos salieron al paso multitud de
dificultades e impedimentos. Unas veces era una
serie de macizos desordenadamente dispuestos;
otras, una roca que era necesario salvar; ora, un
precipicio; ya, un seto espinoso que se oponía a
nuestro paso. La subida se ofrecía cada vez más
empinada, por lo que nos dimos cuenta de que era
grande la fatiga que nos aguardaba. A pesar de
ello, no nos desanimamos, comenzando la escalada
con el mayor denuedo. Después de un corto espacio
de penosa ascensión, en la que lo mismo nos
servíamos de las manos que de los pies,
ayudándonos recíprocamente, los obstáculos
comenzaron a desaparecer y, al fin nos encontramos
ante un sendero practicable por el que pudimos
subir cómodamente.
Cuando he aquí que llegamos a cierto lugar de
la montaña en el que vimos a numerosa gente que
sufría de manera horrible; grande fue nuestra
sorpresa y compasión al observar tan extraño
espectáculo. No os puedo decir lo que vi, porque
os causaría una pena demasiado intensa y, por otra
parte, no seríais capaces de resistir mi
descripción. Nada, pues, os diré sobre esto,
prosiguiendo adelante mi relato.
Entre tanto vimos también a otras numerosas
personas que subían por las laderas de la montaña
hasta llegar a la cumbre, donde eran acogidas por
los que las aguardaban con manifestaciones de
júbilo y grandes aplausos. Al mismo tiempo, oímos
una música verdaderamente divina: un conjunto de
voces dulcísimas que modulaban suavísimos himnos.
Esto nos animaba más y más a continuar la subida.
Mientras proseguíamos adelante yo pensaba y les
decía a mis muchachos:
-Pero nosotros que queremos llegar al Paraíso,
estamos ya muertos? ((**It6.877**)) Siempre
he oído decir que antes es necesario ser juzgado.
Y nosotros hemos sido juzgados?
-No -me respondieron-. Nosotros estamos todavía
vivos; aún no hemos sido juzgados. Y reíamos al
hacer tales comentarios.
-Sea como fuere -volví a decir-; vivos o
muertos prosigamos adelante para poder ver lo que
hay allá arriba; algo habrá.
Y aceleramos la marcha.
A fuerza de caminar, llegamos por fin a la
cumbre de la montaña. Los que estaban ya en la
cima, se aprestaban a festejar nuestra llegada,
cuando me volví hacia atrás para comprobar si
estaban conmigo todos los jóvenes; pero con gran
dolor pude constatar que me encontraba casi solo.
De todos mis compañeros, sólo tres o cuatro habían
permanecido junto a mí.
-Y los demás? -pregunté, mientras me detenía
bastante contrariado.
-íOh! -me dijeron-; se han quedado por el
camino, quienes en una parte, quienes en otra;
pero tal vez lleguen aquí.
Miré hacia abajo y los vi esparcidos por la
montaña, entretenidos unos en buscar caracoles
entre las piedras; otros, en hacer ramos de flores
silvestres; éstos, en arrancar frutas verdes;
aquéllos, en perseguir mariposas; algunos, en
perseguir grillos, no faltando quienes se habían
sentado a descansar sobre un matorral bajo la
sombra de una planta.
Entonces comencé a gritar con todas mis fuerzas
mientras me desconyuntaba los brazos por atraer la
atención de aquellos muchachos, llamándoles al
mismo tiempo a cada uno por su nombre,
incitándoles a que se diesen prisa, pues no era
aquel el momento más oportuno para detenerse.
Algunos atendieron a mis indicaciones, llegando
a ocho los que se juntaron a mí, pero los demás no
me hicieron caso y continuaron ocupados en
aquellas bagatelas,
(**Es6.662**))
<Anterior: 6. 661><Siguiente: 6. 663>