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recordad que los placeres que conducen a la
perdición no son más que aparentes; sólo ofrecen
la belleza exterior. Estad en guardia contra
aquellos vicios que nos hacen semejantes a los
animales, hasta el punto de emparejarnos con
ellos; especialmente ícuidado con ciertos pecados
que nos asemejan a los animales inmundos! íOh,
cuán deshonroso es para una criatura racional,
tener que ser comparada, a los bueyes y a los
asnos! íCuán abominable es para quien fue creado a
((**It6.875**)) imagen
y semejanza de Dios y constituido heredero del
Paraíso, revolcarse en el fango como los cerdos al
cometer aquellos pecados que la Escritura señala
al decir: Luxuriose vivendo!
Solamente os he contado las circunstancias
principales del sueño y de forma resumida; pues,
si os lo hubiese expuesto tal y como fue, hubiera
sido demasiado largo. Igualmente, ayer por la
noche solamente os hice un resumen de cuanto vi.
Mañana os contaré la tercera parte.
En efecto: en la noche del sábado 9 de abril,
don Bosco continuaba la narración.
TERCERA PARTE
No querría contaros mis sueños. Antes de ayer,
apenas hube comenzado mi narración, me arrepentí
de la promesa que os hice; y yo habría deseado no
haber dado principio a la exposición de lo que
deseáis saber. Pero he de decir que si callo,
guardando mi secreto para mí, sufro mucho, y, en
cambio, publicándolo, me proporciono un desahogo
que me hace mucho bien. Por tanto, proseguiré el
relato.
Mas antes he de advertir que, en las noches
precedentes, hube de suprimir muchas cosas, de las
que no era conveniente hablaros, pasando por alto
otras, que se pueden ver con los ojos, pero que no
se pueden expresar con palabras.
Después de contemplar, pues, como de corrida,
todas aquellas escenas ya descritas; después de
haber visto lugares diversos y las maneras de ir
al infierno, nosotros queríamos a toda costa
llegar al Paraíso. Pero yendo de una parte a otra,
nos desviamos del camino, atraídos por otras
cosas. Finalmente, después de adivinar la senda
que debíamos seguir, llegamos a la plaza en la que
había concentrada tanta gente, toda ella dispuesta
a llegar a la montaña; me refiero a aquella plaza
de tan colosales proporciones que terminaba en un
paso estrecho y difícil entre dos rocas. El que lo
atravesaba, apenas había salido a la otra parte,
debía pasar un puente bastante largo, muy estrecho
y sin barandilla, debajo del cual se abría un
espantoso abismo.
-íOh! Allá está el camino que conduce al
Paraíso -nos dijimos-; aquél es. íVamos!
Y nos dirigimos hacia él. Algunos ((**It6.876**)) jóvenes
comenzaron a correr dejándonos atrás. Yo hubiera
querido que me esperasen, pero ellos estaban
empeñados en llegar antes que nosotros; mas al
llegar al paso estrecho, se detuvieron asustados
sin atreverse a seguir adelante. Yo les animaba,
incitándoles a pasar:
-íAdelante! íAdelante! Qué hacéis?
-Sí, sí -me respondieron-; venga usted y haga
la prueba. Nos estremece la idea de tener que
pasar por un lugar tan estrecho y después tener
que atravesar el puente; si diésemos un paso en
falso, caeríamos dentro de aquellas aguas
turbulentas, encajonadas en el abismo, y nadie
daría ya con nosotros.
Pero, finalmente, hubo uno que se decidió a ser
el primero en avanzar, siguiéndole
(**Es6.661**))
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