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Dios o al prójimo. Los de la cabeza cortada son
los que se consagraron al Señor de una manera
particular.
Mientras considerábamos estas cosas, vimos una
gran muchedumbre de personas, parte de las cuales
habían atravesado el lago y subían la montaña
poniéndose en contacto con otros que, habiendo
llegado antes a la cumbre, descendían para darles
la mano ((**It6.871**)) y les
animaban a que subiesen. Después, éstos aplaudían
exclamando:
-íBien! íBravo!
Al oír aquel ruido de aplausos y aquellas
voces, me desperté y me di cuenta de que estaba en
la cama.
Esta es la primera parte del sueño, esto es, lo
que soñé la primera noche.En la noche del 8 de
abril don Bosco se presentó ante los muchachos que
estaban deseosos de oír la continuación del sueño.
Comenzó recordando la prohibición de ponerse
las manos encima y también les prohibió moverse de
sitio en la sala de estudio y dar vueltas de acá
para allá, yendo de una a otra mesa. Y añadió:
-El que deba salir del estudio por cualquier
motivo, pida siempre permiso al jefe de la mesa.
El siervo de Dios se dio cuenta de la
impaciencia de los jóvenes.. y, echando una mirada
a su alrededor, prosiguió, después de una breve
pausa, con aspecto sonriente:
SEGUNDA PARTE
íRecordaréis que había un gran lago que había
de llenarse de sangre, al fondo del valle, cerca
del primer lago!
Después de haber eontemplado las varias escenas
anteriormente descritas y de recorrer la
altiplanicie de que os hablé, nos encontramos ante
un paso libre por el que poder proseguir nuestro
camino.
Proseguimos, pues, adelante mis muchachos y yo,
a través de un valle que nos llevó a una gran
plaza. Penetramos en ella; la entrada de dicha
plaza era ancha y espaciosa, pero después se iba
estrechando cada vez más, de forma que al fondo,
cerca ya de la montaña, terminaba en un sendero
abierto entre dos rocas, por el que apenas si
podía pasar un hombre. La plaza estaba llena de
gente alegre que se divertía despreocupadamente,
dirigiéndose al mismo tiempo al sendero que
llevaba a la montaña.
Nosotros nos preguntábamos unos a otros:
-Será éste el camino que conduce al Paraíso?
Entre tanto, los que se encontraban en aquel
lugar se dirigían uno tras otro con la idea de
pasar por aquella angostura, y para conseguirlo
tenían que recogerse bien las ropas, encoger los
miembros cuanto podían e incluso abandonar el
equipaje o cuanto llevaban consigo.
Esto me dio a entender que, en realidad, aquél
era el camino del Paraíso, puesto que para ir al
cielo no basta solamente estar libre de pecado,
sino también de todo pensamiento, ((**It6.872**)) de todo
afecto terrenal, según el dicho del Apóstol: Nihil
coinquinatum intrabit in ea. (Nada contaminado
entrará en ella).
(**Es6.658**))
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