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Cuando llegamos a la cumbre creíamos estar en
el Paraíso; en cambio, estábamos bien distantes de
él... Desde aquella elevación, y del otro lado de
una gran llanura o explanada que estaba en el
centro de una extensa altiplanicie, se divisaba
una montaña tan alta que su cúspide tocaba a las
nubes. Por ella subía trepando trabajosamente,
pero con gran celeridad, una gran multitud de
gentes y en lo más elevado estaba El que invitaba
a los que subían a que continuasen sin desmayo la
ascensión.
Veíamos a otros descender desde la cumbre a lo
más bajo para ayudar a los que estaban ((**It6.867**)) ya muy
cansados, por haber escalado un paraje difícil y
escarpado. Los que, finalmente, llegaban a la meta
eran recibidos con gran júbilo, con extraordinario
regocijo.
Todos nos dimos cuenta de que el Paraíso estaba
allá y, encaminándonos hacia la altiplanicie,
proseguimos después en dirección a la montaña para
intentar la subida. Ya habíamos recorrido un buen
trozo de camino, cuando numerosos jóvenes,
emprendieron una veloz carrera, para llegar antes,
se adelantaron mucho a la multitud de sus
compañeros.
Mas, antes de llegar a la falda de aquella
montaña, vimos en la altiplanicie un lago lleno de
sangre, de una extensión como desde el Oratorio a
la Plaza Castillo. Alrededor de este lago, en sus
orillas, había manos, pies, y brazos cortados;
piernas, cráneos y miembros descuartizados. íQué
horrible espectáculo! Parecía que en aquel paraje
se hubiera reñido una cruenta batalla.
Los jóvenes que se habían adelantado corriendo
y que habían sido los primeros en llegar, estaban
horrorizados. Yo, que me encontraba aún muy lejos,
y que de nada me había dado cuenta, al observar
sus gestos de estupor, y que se habían detenido
con una gran melancolía reflejada en sus rostros,
les grité:
-Por qué esa tristeza? Qué os sucede? íSeguid
adelante!
-Sí? Que sigamos adelante? Venga, venga a ver,
-me respondieron.
Apresuré el paso y pude contemplar aquel
espectáculo.
Todos los demás jóvenes que acababan de llegar,
y que poco antes estaban tan alegres, quedaron
silenciosos y llenos de melancolía.
Yo, entretanto, erguido sobre la playa del lago
misterioso, observaba a mi alrededor. No era
posible seguir adelante. De frente, en la orilla
opuesta, se veía escrito en grandes caracteres:
<>.
Los jóvenes se preguntaban unos a otros:
-Qué es esto? Qué quiere decir todo esto?
Entonces pregunté a UNO que ahora no recuerdo
quién era, el cual me dijo:
-Aquí está la sangre vertida por tantos y
tantos que alcanzaron ya la cumbre de la montaña
que ahora están en el Paraíso. íEsta es la sangre
de los mártires! íAquí está la sangre de
Jesucristo, con la que fueron rociados los cuerpos
de aquéllos que dieron testimonio de la fe! Nadie
puede ir al Paraíso sin pasar por este lago y sin
ser rociado con esta sangre. Esta sangre,
defensora de la Santa Montaña, representa a la
Iglesia Católica. Todo aquel que intente asaltarla
morirá víctima de su locura. Todas estas manos y
todos estos pies truncados, estas calaveras
deshechas, los miembros cortados en pedazos que
veis diseminados por las orillas ((**It6.868**)) son los
restos miserables de los enemigos que quisieron
combatir contra la Iglesia. íTodos fueron
destrozados! íTodos perecieron en este lago!
Aquel joven, en el curso de su conversación,
nombró a numerosos mártires, entre los cuales
también a los soldados del Papa, caídos en el
campo de batalla por defender el poder temporal
del Pontificado.
(**Es6.655**))
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