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El sueño consta de tres partes; lo tuve durante
tres noches consecutivas; por eso, hoy os contaré
una parte y las otras dos en las noches
siguientes. Lo que más admiración me produjo fue
que reanudé el sueño la segunda y tercera noche en
el punto preciso en que había quedado la noche
precedente al despertarme.
PRIMERA PARTE
Los sueños se tienen durmiendo y por tanto, yo
dormía al comenzar a soñar.
Algunos días antes había estado fuera de Turín,
y pasé muy cerca de las colinas de Moncalieri. El
espectáculo de aquellas colinas que comenzaban a
cubrirse de verdor, me quedó impreso en la mente,
y, por tanto, bien pudo ser que las noches
siguientes, al dormir, la idea de aquel hermoso
espectáculo viniese de nuevo a impresionar mi
fantasía y ésta avivase en mí el deseo de dar un
paseo.
Lo cierto es que, en sueños contemplé una
amplia y dilatada llanura: ante mis ojos se
levantaba una alta y extensa colina. Estábamos
todos parados cuando, de pronto, hice a mis
jóvenes la siguiente propuesta:
-Vamos a dar un buen paseo?
-Pero, adónde?
Nos miramos los unos a los otros; reflexionamos
unos instantes y después, no sé por qué causa
extraña, alguno comenzó a decir:
-Vamos al Paraíso?
-Sí, sí; vamos a dar un paseo al Paraíso
-replicaron los demás.
((**It6.866**)) -íBien,
bien! íVamos! -exclamaron todos a una.
Partiendo de la llanura, después de caminar un
poco, nos encontramos al pie de la colina. Al
comenzar a subir por un sendero íqué admirable
espectáculo! Sobre toda la extensión que podíamos
abarcar con la vista, la dilatada ladera de
aquella colina estaba cubierta de bellísimas
plantas de todas las especies: frágiles y bajas,
fuertes y robustas; con todo, estas últimas no
eran más gruesas que un brazo. Había perales,
manzanos, cerezos, ciruelos, vides de variadísimos
aspectos, etc., etc. Lo más singular era que en
cada una de las plantas se veían flores que
comenzaban a brotar y otras plenamente formadas y
dotadas de bellísimos colores; frutos pequeños y
verdes y otros gruesos y maduros; de forma que en
aquellas plantas había cuanto de hermoso producen
la primavera, el estío y el otoño. La abundancia
de frutos era tal, que parecía que las ramas no
podrían resistir el peso.
Los muchachos se acercaban a mí llenos de
curiosidad y me preguntaban la explicación de
aquel fenómeno, pues no sabían darse razón de
semejante milagro.Recuerdo que, para satisfacerles
un poco, les di la siguiente respuesta:
-Tened presente que el paraíso no es como
nuestra tierra, donde cambian las temperaturas y
las estaciones. Habéis de saber que aquí no hay
cambio alguno; la temperatura es siempre igual,
suavísima, adaptada a las exigencias de cada
planta. Por eso cada una de éstas recoge en sí
cuanto de hermoso y bueno hay en cada estación del
año.
Quedamos, pues, completamente extáticos,
contemplando aquel jardín encantador. Soplaba una
suave brisa; en la atmósfera reinaba la más
completa calma; se percibía un sosiego, un
ambiente de suavísimos perfumes que penetraba por
todos nuestros sentidos, haciéndonos comprender
que estábamos gustando de las delicias de todas
aquellas frutas. Los jóvenes tomaban de aquí una
pera, de allá una manzana, de acullá una ciruela o
un racimo de uvas, mientras que, al mismo tiempo,
seguíamos subiendo todos juntos la colina.
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