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debe quedar entre nosotros, lo tendrían por
fábula. Pero tenemos como norma que, siempre que
una cosa redunda en bien de las almas, viene
ciertamente de Dios y no pude ser cosa del
demonio.
((**It6.850**)) >>Tengo
que daros una noticia singular y es que el demonio
quedó totalmente derrotado en esta casa, y, si
seguimos por este camino, tendrá que declararse en
bancarrota absoluta.>> Es de advertir un hecho mil
veces sucedido en el Oratorio. Los chicos, al ir a
confesarse con don Bosco, ya fuera por no estar
bien preparados en cuanto al examen, ya porque
necesitaban ánimos para manifestar algo que los
ruborizaba, ya por tener embrollada la conciencia
o, también, por ir más aprisa, después de
arrodillarse a sus pies, y en lugar de comenzar la
acusación, decían a don Bosco:
-íDiga usted!
Y don Bosco manifestaba a cada uno lo que había
hecho, sin añadir ni quitar detalles, con
maravillosa exactitud. Tenemos de esto testimonios
sinceros por centenares; entre otros los de don
Modesto Davico y don Domingo Belmonte. A veces
llegaba don Bosco a la sacristía y la encontraba
atestada de muchachos que querían confesarse.
Echaba una mirada alrededor, y decía a uno:
-Vete a comulgar.
Y lo mismo decía sucesivamente a muchos otros,
haciéndoles una señal de que podían marchar.
Sabía él que sus conciencias estaban limpias y
los muchachos marchaban contentos, firmemente
persuadidos de que don Bosco leía en sus
corazones. Nos sucedió a menudo tener que salir de
la sacristía para celebrar la santa misa y
encontrar mucha dificultad para atravesarla, dada
la cantidad de jóvenes arrodillados que la
llenaban. Al regresar la encontrábamos desierta y
a don Bosco solo preparándose para celebrar.
No raras veces, al confesar, acaecíale otro
hecho singular. En medio de la muchedumbre de
jóvenes veía a uno arrodillado lejos en un rincón
y, sin hacer caso de los demás, le hacía una seña,
y él, extrañado por la inesperada invitación,
avanzaba por entre los compañeros, que le abrían
paso hasta don Bosco, y se confesaba ((**It6.851**)) el
primero. A alguno, que observó con atención y
gozaba de la confianza de los compañeros, le
resultó que en estos casos había algún titubeo en
volver a ponerse en gracia de Dios.
Pero don Bosco no sólo daba la salud espiritual
a sus alumnos, sino a veces también la corporal.
Cuenta Ruffino <(**Es6.642**))
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