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falta totalmente de hermosos frutos, y entonces
veréis que todos, indignados, la maldecirán porque
ocupa inútilmente un lugar tan bello.
Los pueblos vuelven a nosotros sus ojos
esperando ver buenos frutos, y si no los ven,
ícómo se escandalizan!
San Ambrosio nos compara con la luna. Dice que
debemos ser como ella. La luna no brilla con luz
propia, sino que la toma del sol, se sirve de ella
y después la da a la tierra. Así somos nosotros.
No tenemos nada nuestro, sino que hemos de recibir
de ((**It6.70**)) Dios,
sol de justicia, la divina palabra que ilumina las
inteligencias, y después de habernos servido de
ella para nuestra santificación, debemos
esparcirla para iluminar a todos los hombres, los
cuales esperan que nosotros les guiemos por el
camino que conduce al cielo.
San Agustín añadía: queréis saber qué indica la
toga que visten los jóvenes romanos? No creáis que
solamente significa que aquel joven ha cumplido ya
los diecisiete años; indica que bajo aquella toga
están la ciencia, la virtud y todas las buenas
prendas que deben adornar a los que la quieren
vestir. Lo mismo nos sucede a nosotros. Bajo el
hábito debemos llevar las virtudes que
corresponden a un hábito tan divino.
Tenía Josué que pasar el Jordán. Díjole Dios:
-Envía delante a los sacerdotes con el arca:
entren en el río llevándola a hombros y las aguas
del Jordán se abrirán y pasará tu ejército. Así lo
hicieron los sacerdotes, y las aguas se
dividieron; las de un lado se levantaron como un
alto muro, las del otro siguieron su camino, quedó
seco el lecho, y todo el ejército de Israel pasó
al otro lado del Jordán. Lo mismo tenemos que
hacer nosotros. Con el arca de la divina alianza,
con la santa religión, con buenas máximas, con
palabras amables, con santos ejemplos, debemos
actuar de modo que los hombres pasen sanos y
salvos de este mundo a la eternidad.
Hagamos, pues, todo lo que podamos para bien de
las almas. A vuestro alrededor hay muchos jóvenes,
que os vigilan continuamente; dedicaos con todas
vuestras fuerzas a encaminarlos al bien con el
buen ejemplo y con las palabras, con los consejos
y advertencias caritativas. Si lo hacéis así
durante este año, aun cuando no sois en número más
que los años pasados, yo estaré satisfecho; y no
dejará el Señor de bendecirnos a mí, a vosotros y
a toda la casa, y seguirá como siempre ayudándonos
con su poderoso brazo, sacando mucho fruto de
nuestros trabajos. Amén. Así sea.
No se cansaba de recomendarles en las
conferencias una asistencia concienzuda a los
chicos, pues hubiera sido ignorar al mundo,
pretender que las debilidades humanas no
traspasasen el umbral del Oratorio. Y él les
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daba ejemplo. Vigilaba siempre como centinela
constante, pero prudente, a fin de prevenir el mal
o vencerlo cuando había echado alguna raíz en la
casa. Durante los primeros veinte años del
Oratorio aparecía por todas partes, y a veces
cuando menos se le esperaba. En los dormitorios,
en los talleres, en las aulas, en los comedores,
en los lugares menos frecuentados y más apartados.
Todo lo observaba, hasta en los últimos detalles.
Quería saberlo todo y verlo todo.
Dos chicos se quedaban solos unos instantes en
su refectorio,(**Es6.64**))
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