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Yo le dije inmediatamente con aire de súplica:
-Deje que dé un poco a estos últimos; también
son hijos míos muy queridos, tanto más que hay
mucha abundancia de dulces y no hay peligro alguno
de que lleguen a faltar.
-No, no -continuó diciendo-, sólo los que
tienen la boca sana pueden gustarlos; los demás,
no; no están en condiciones de saborear tales
dulzuras pues como tienen la boca enferma y llena
de amargor, las cosas dulces les producirían
repugnancia y, por tanto, no las pueden comer.
((**It6.821**)) Me
resigné a hacer lo que me decía y seguidamente
comencé a distribuir los dulces sólo entre
aquellos que me habían sido indicados. Una vez que
hube repartido entre ellos bizcochos y almendras
en abundancia, comencé nuevamente la distribución,
dando a cada uno una buena cantidad. Os aseguro
que sentía gran complacencia al ver a mis jóvenes
comer, tan a su gusto, aquellas golosinas. En el
rostro de cada uno se reflejaba una gran alegría;
no parecían los muchachos del Oratorio; tan
transfigurados estaban.
Los que permaneciendo en la sala se habían
quedado sin dulces, estaban en un rincón de la
misma, tristes y disgustados. Lleno de compasión
hacia ellos, me dirigí nuevamente a don José
Cafasso y le rogué con insistencia me permitiese
distribuir también algunos dulces entre éstos,
para que los pudiesen probar.
-No, no -replicó don José Cafasso-, éstos no
pueden comerlos. Haga usted primero que sanen de
sus dolencias y los podrán saborear también ellos.
Yo miraba a aquellos pobrecillos. También
observaba a los muchos que habían quedado fuera
llenos de melancolía y a los cuales no se les
había dado nada. Los reconocí a todos y para mayor
tormento mío me di cuenta de que algunos tenían el
corazón carcomido.
Continué, pues, diciendo a don José Cafasso:
-Dígame, qué remedio debo emplear; qué debo
hacer para curar a estos mis hijitos?
Nuevamente me replicó:
-íReflexione, ingéniese; usted sabe lo que
tiene que hacer!
Entonces le pedí que me diese el aguinaldo
prometido para mis jóvenes.
-íBien -replicó-, se lo daré!
Y adoptando la actitud de una persona que se
dispone a partir, dijo tres veces en tono cada vez
más elevado:
-íEstad atentos, estad atentos, estad atentos!
Y diciendo esto desapareció con sus compañeros
y se desvaneció el sueño. Entonces quedé tan
despierto como en este momento en que os hablo y
me encontré sentado en la cama con la espalda tan
fría como el hielo.
Este fue mi sueño. Interprételo cada uno como
quiera, pero sepa darle el peso que se merece un
sueño.
Sin embargo, si en esto hay algo que pueda ser
útil a nuestras almas, aprovechémoslo. No me
agradaría con todo, que alguno contase algo fuera
de casa. Yo os lo he referido a vosotros porque
sois mis hijos, pero no quiero que vosotros lo
deis a conocer a los demás. Entre tanto os puedo
asegurar que os tengo ((**It6.822**)) todavía
presentes a cada uno de vosotros tal como os vi en
el sueño; sabría decir quién estaba enfermo, quién
no; quién comía, quién no. Ahora no quiero ponerme
a manifestar aquí en público el estado de cada
uno, sino que lo diré en particular a quien así lo
desee.
El aguinaldo que os doy en general a todos los
del Oratorio, es el siguiente: frecuente y sincera
confesión; frecuente y devota Comunión.
(**Es6.619**))
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