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la práctica de todas las virtudes cristianas, de
suerte que hube de convencerme, por lo que yo vi y
oí, que era verdad lo que decía de él la fama: Es
un santo>>.
A pesar de todo ello, no resulta fácil explicar
el florecimiento y la perseverancia de tantas
virtudes en la admirable casa de don Bosco sólo
con el empleo de los medios ordinarios que
sugieren la religión y una santa pedagogía. Había
algo más maravilloso aún, que completaba lo que
faltaba a la insuficiencia humana, pues sólo Dios
escudriña los corazones y descubre a veces el mal
donde los hombres creen ver la perfección. En el
primer libro de Samuel, (capítulo XVI, versículo
7), leemos estas palabras del ((**It6.817**)) Señor a
Samuel, tocante a Eliab: <>. Y, por
eso, su bondad se manifiesta de modo
extraordinario en proporción al ardiente celo de
su fiel siervo en promover la salvación de las
almas. A esta divina bondad aludía Bonetti al
referirse a los hechos extraordinarios, que serían
contados por el biógrafo de don Bosco.
El primero de este año lo sacamos de la Crónica
de don Domingo Ruffino y de las Memorias de don
Juan Bonetti.
Durante las noches correspondientes a las
fechas comprendidas entre el 28 y el 30 de
diciembre de 1860, don Bosco tuvo tres sueños,
como él los llama y que nosotros, por cuanto hemos
visto, oído y comprobado, podemos calificar, con
toda seguridad, de auténticas visiones
celestiales.
Se trata de un mismo sueño tres veces repetido,
aunque acompañado de circunstancias diversas.
He aquí el resumen del mismo, tal como salió de
los labios del siervo de Dios en la noche postrera
del año 1860, al relatarlo a todos los jóvenes
reunidos:
Parecióme estar durante tres noches en un
campo, en Rivalta, en compañía de don José
Cafasso, de Silvio Pellico y del conde Cays.
Pasamos la primera noche discurriendo sobre
ciertos puntos de religión relacionados con los
tiempos actuales. La segunda la dedicamos a
conferencias morales en las que proponíamos y
resolvíamos diversos casos de conciencia,
referentes principalmente a la dirección de la
juventud.
Al comprobar que durante dos noches
consecutivas había tenido el mismo sueño,
determiné contarlo a mis queridos hijos si por
acaso volvía a soñar lo mismo por tercera vez.
Y he aquí que en la noche del 30 al 31 de
diciembre, me pareció estar nuevamente en el mismo
lugar y en compañía de los mismos personajes.
Dejando aparte otra preocupación, me vino a la
mente el pensamiento de que al día siguiente,
último del año, tenía que dar el aguinaldo, o sea,
los recuerdos a mis queridos hijos. Por eso,
dirigiéndome a don José Cafasso, le dije:
-Usted que es tan amigo mío, déme el aguinaldo
para mis hijos.
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